JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Oclocracia jaenesa


No hace mucho que una excelsa miembra de la política española afirmaba aquello de que “el dinero público no es de nadie”. Y hace un poquito más, un hombre griego llamado Aristóteles otorgaba el nombre de oclocracia (ὀχλοκρατία, “gobierno de la muchedumbre”) a uno de los tres tipos de degeneración de las formas puras de gobernanza. Luego, veintidós centurias más tarde, en el siglo de la luces, Rousseau, –en El contrato social- definió la oclocracia como el falseamiento de la voluntad general en beneficio de cualquier interés particular. De lo cual cabe deducirse que seguramente debamos plantearnos cuál es, en puridad, el sistema político en el que cohabitamos.

Podríamos mostrar un buen número de ejemplos a nivel nacional, pero hoy prefiero pecar de localista refiriéndome a dos escándalos de diferente cariz y magnitud ocurridos en la ciudad de Jaén.

Acabo de leer en la prensa que un tercio de los trabajadores de Onda Jaén (la televisión municipal) serán recolocados en diferentes áreas del ayuntamiento ante la reestructuración que de la misma está realizando el equipo de gobierno. Desde luego, el procedimiento del manotazo en la nuca siempre ha sido destacado como el menos gravoso a la hora de ingresar como funcionario en la Administración pública, porque indudablemente es ahorrativo en esfuerzo intelectual (te exime de preparar oposiciones, lo cual está muy bien pensado, porque se pone uno blanco de no darle el sol), amén de que evita el afán desmedido e inhumano de competitividad que provoca que dejemos de mirarnos unos a otros como hermanos, y sí que lo hagamos como enemigos. En todos estos argumentos pensó, estoy seguro, el Partido Popular de Jaén cuando creó su tele pública (admítanme el oxímoron), pero no sólo en ellos. Además, considerando en alta estima el valor de la amistad y los lazos inquebrantables que hacen de la familia la célula madre de la sociedad, procuró que entre esos nuevos trabajadores a sueldo de los impuestos de sus paisanos figuraran principalmente individuos sentimental o sanguíneamente emparentados con algún politiquillo, y, en un último esfuerzo de generosidad, los exoneraron de presentar el papelucho de licenciado en periodismo, para mostrarles a las claras que la prioridad del ayuntamiento era, única y sencillamente, aliviar las filas del paro jaenés. Ahora que no los pueden echar (lo cual sería injusto en muchos casos dada su apabullante preparación intelectual) el actual equipo de gobierno socialista los recoloca con provecho de su valía en otros menesteres medularmente distintos.

El otro caso al que me quería referir nos trae a todos los paisanitos por la calle de la Amargura, que es una de las cofradías que tendrán que cambiar su itinerario por exceso de vallas, este año, y de cables, el que viene: el tranvía o tren de la bruja, como lo llaman –con toda su idea- los que son malos de verdad. El caprichito de la alcaldesa (o de la Junta) socialista, que tiene un presupuesto de unos diecisiete mil millones de pesetas (es decir, el equivalente a ocho estadios como el de La Victoria, con capacidad para doce mil quinientos espectadores –podrían haber convertido a Jaén en ciudad olímpica y todo-, o a la remodelación integral –acerado, calzada, mobiliario urbano- de doscientas plazas públicas de la ciudad como la de Coca de la Piñera) supone el más vergonzoso despilfarro infraestructural que se haya realizado en la ciudad de Jaén probablemente en toda su historia, fundamentalmente porque este proyecto no responde a ninguna demanda ciudadana, porque el trazado elegido deja prácticamente inutilizada para el tráfico la principal vía de la ciudad desde el siglo XIX -el Paseo de la Estación-, porque reduce la acera en algunas calles convirtiéndolas en pueblerinas, porque se lleva por delante a un número escandaloso de árboles de gran porte, y porque, en una ciudad con las características de Jaén, su componente meramente exótico será muy superior al de su utilidad práctica. Si pretendían un transporte público no contaminante, ¿cómo es que no pensaron adquirir microbuses urbanos propulsados por electricidad? ¿O quizá sea sencillamente que CAF-Santana, cuya principal accionista es la Junta de Andalucía y que viene suministrando trenes urbanos a toda la región, no los fabrica, y por tanto no habría chollo posible para seguir ejerciendo de salvaempresas?

Para mantener en pie la oclocracia, afirmaba Rousseau, se hace imperativa la “acción demagógica”, una aleación de demagogia y mentira descarada que arroja sus tentáculos sobre la base de la ignorancia de una mayoría social. La alcaldesa, protegida de Zarrías, y por tanto convencida seguramente de que el tamaño no importa, ha afirmado muy ufana que por cada árbol que se tale (muchos con varias décadas de vida) se plantarán cinco. Cinco mondadientes con hojas, claro. O quizá cinco brotes verdes. Pero a eso, más que demagogia, habría que llamarlo tener la cara igualita que la del Santo dos Croques.

Joaquín María Cruz Quintás

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