El capitalismo es un sistema económico al que seguramente resultará muy difícil escribirle versos, porque las musas no es que sean muy de números. Cualquier socialismo, sea de izquierda o de derecha, marxista o fascista, staliniano o joseantoniano, es mucho más propenso al matrimonio con la pluma y el arte, por muy tozudas que sean las evidencias históricas. Fueron abundantes los poetas que llenaron sus cabezas con ideas de progreso y fraternidad, mientras veneraban a líderes con la mejilla salpicada de sangre eslava. El líder de la Falange caminaba siempre rodeado por una cohorte de poetas, y quienes lo conocieron lo definen soñador. Los discursos de los ministros falangistas en las cortes de Franco bramaban contra un capitalismo que acabaría por considerar al obrero como un simple número en una cadena productiva. Enemigo de hunos y de hotros.

Hoy, con la que está cayendo, se acostumbra a poner en solfa el sistema, obviando que no es este el que falla (¿cuál es la alternativa?) sino el concepto equivocado del mismo. Su uso fraudulento. Porque el "espíritu del capitalismo" en nada se asemeja al afán desmedido de lujo y a la mentalidad de nuevo rico que nos han enseñado nuestros políticos y que hemos aprendido, cual aplicadísimos alumnos, apartando la vista de lo que hicieron nuestros padres. No es culpable el sistema de que a cualquier mileurista se le ocurra tener una potente berlina y veranear este año en el Caribe y el que viene en el Báltico. Me decía el otro día un amigo mío que ahora, en su pueblo, la compra de caballos estaba saliendo muy bien de precio, porque todos los albañiles habían puesto en venta el suyo.
Cuando los protestantes, en el siglo XVI, propusieron sustituir el ascetismo católico tradicional, de carácter monástico, por uno nuevo basado no en la contemplación sino en la productividad (otro debate sería el porqué de la supuesta incompatibilidad de ambos), censurando el gusto por la ostentación pero presentando como lícito a los ojos de Dios el afán de lucro, el ahorro y la inversión, dieron forma a lo que se denominaría "espíritu del capitalismo". Que es la antítesis del despilfarro al que nos ha llevado una crisis moral o ética en la que el materialismo como valor, y no la organización económica, ha fomentado actitudes de una ridiculez que ahora se revela, en no pocos casos, trágica.
Joaquín María Cruz Quintás.