JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Algunos episodios biográficos de José Ortiz de Pinedo. Un escritor jaenés en el Madrid de la primera mitad del siglo XX.(II) Relaciones con la bohemia

RESUMEN

En el presente artículo -continuación del publicado en septiembre de 2007-hemos intentado divulgar algunos episodios de la vida de José Ortiz de Pinedo en los que el autor giennense, una vez que llega a Madrid para probar suerte en el ámbito literario, entabla relaciones con diversos escritores importantes de la capital.


1. Introducción.

José Ortiz de Pinedo llega a la villa y corte, como apuntamos en el trabajo anterior, cuando apenas cuenta veinte años, al poco tiempo de experimentar cómo la vida lo arroja a la soledad del camino, tras la muerte de su madre (él ya era huérfano de padre) y de su tío y tutor, Manuel Ortiz de Pinedo .

Si hacemos caso de los que nos relata en su autobiografía De mi vida y milagros (que, como ya indicamos -y dada su propensión a la fábula en este campo- es de muy dudosa fiabilidad en algunos episodios) la idea de marchar a la búsqueda de la fortuna hacia la capital del Reino le fue dada, casi exigida, por su amigo Santiago Rodríguez, quien escribiría al director de El Eco Nacional, diario de inclinaciones ideológicas republicanas, informándole a propósito de las virtudes periodísticas y literarias de nuestro autor. Digamos que esta carta de presentación le serviría a Pinedo como pasaporte hacia esa “corte de los milagros” donde esperaba labrar sigilosamente con sus textos para, llegado el momento, esquilmar las posibles haciendas literarias.

Acusado de arribista por uno de los autores con los que trató de cerca, como fue Cansinos Assens , parece evidente que Pinedo percibió en la literatura una vía de medro eminentemente económico, si tenemos en cuenta que buena parte de su producción literaria –como es el caso de sus novelas breves- se pliegan a los ideales de un mundo aburguesado, pagado de sí mismo y ubicado en las márgenes de cualquier problemática más o menos trascendente que pudiera percutir las conciencias de los lectores.

Lo que Cansinos -quien, como parece innegable, no digiere bien la personalidad del autor jaenés- critica de su forma de actuar es la manera en la que Pinedo supuestamente intenta ganarse la simpatía de los escritores importantes en los cenáculos madrileños, que consistiría en revestirse de una falsa y excesiva humildad religada con un exceso de alabanza rayana en la adulación. De esta forma pretendería -y lo que sí sabemos es que en varias ocasiones lo consiguió- abrirse determinadas puertas en el complicado mundo cultural madrileño, en forma de padrinazgos o facilidades a la hora de publicar sus textos.

La nómina de autores con los que el propio Ortiz de Pinedo, en su Viejos retratos amigos, afirma haber mantenido algún tipo de relación (bien esporádica o superficial, bien de amistad) es interesante. Él cita al propio Benito Pérez Galdós (aunque su contacto con el canario fuera puramente visual y casi a hurtadillas en las calles del centro de la ciudad), a Benavente, Ricardo León, Valle-Inclán, los hermanos Quintero, José Martínez Ruiz (“Azorín” desde 1904), Emilio Carrère (con quien mantiene una estrecha relación de amistad en la que ahora ahondaremos), Antonio Sánchez Ruiz (“Hamlet-Gómez”), Eduardo Marquina, José María Matheu, José de Roure, Emiliano Ramírez-Ángel, Francisco Villaespesa, Felipe Trigo, Martínez Olmedilla, Cristóbal de Castro, Alejandro Sawa, Alejandro Larrubieta, el dibujante Paco Sancha, Andrés González Blanco, Navarro y Ledesma, etc.

A continuación intentaremos profundizar en algunos de los vínculos personales de nuestro autor con dos de los escritores más relevantes de la bohemia madrileña: Alejandro Sawa y Emilio Carrère.

2. Ortiz de Pinedo y Alejandro Sawa: conversaciones con el icono de la bohemia literaria de la capital.

Alejandro Sawa, sevillano de ascendencia griega, llega a Madrid por vez primera en 1885 (con 23 años), y allí permanecerá hasta 1889, cuando decide marcharse a París, adoptando desde muy pronto una peculiar actitud ante la vida que lo hará erigirse en uno de los paradigmas de la bohemia literaria española . No en vano, Alejandro Sawa, fiel a su condición, soportará numerosas calamidades a lo largo de su existencia, que le harán escribir:


Sé muchas cosas del país Miseria; pero creo que no habría de sentirme completamente extranjero viajando por las inmensidades estrelladas .

Desconocemos con certeza cuándo pudo conocer Ortiz de Pinedo al creador de Iluminaciones en la sombra , pero sí podemos aventurar que nuestro autor visitó la casa del escritor hispalense en Madrid, participando en algunas de esas infinitas tertulias llenas de “humo, melenas y egolatría” . A Pinedo le gustaba ir a casa de Sawa para conversar con él, escucharle hablar de literatura, de su literatura –porque la de la realidad literaria era la única verdad que ciertamente despertaba su interés - y deleitarse con esa unción esencial con la que leía o recitaba versos.

Leía admirablemente; conversaba con énfasis, pero con agrado; era cortés y cordial. Fuera de la literatura, nada le interesaba. Y, dentro de ella, […] lo que más le interesaba era no escribir.

Pinedo nos lo retrata como un tipo de gran sensibilidad que era capaz de llorar –él llegó a presenciarlo- con unos versos de Campoamor. Y esa exquisitez artística que lo haría viajar por las “inmensidades estrelladas” mientras que de noche maldormía, acaso, debajo de un puente; esa mezcla de míseras realidades y de ficciones elevadas lo elevará a los altares de una bohemia por la que Pinedo siempre se sintió atraído, aunque ya hemos reseñado que, con frecuencia, su acercamiento a la literatura estuvo marcado -aunque en ningún caso pretendemos afirmar que ese fuera su único objetivo- por un interés eminentemente práctico y, en no pocas ocasiones, exclusivamente crematístico.

Sawa, en tanto que sacerdote de la bohemia, fue un noctívago impenitente y avezado conocedor de los misterios y las malandanzas de la noche madrileña. Parece que nuestro autor lo acompañaba en ocasiones durante aquellos extensos peregrinajes por las calles de la capital, “deteniéndose únicamente en las tabernas para aliviar la sed” , absorto por la plenitud de las palabras de aquel poeta “con melena y semblante parecidos a Daudet”, amaneciéndose frente a la puerta de su casa, cuando

la majestad del poeta, un tanto hiperbólica siempre, un tanto hinchada, desentonaba en la humilde mansión, y dijérase que se había equivocado de albergue y que era en el propio palacio de Alba donde el mayestático Sawa debía penetrar.


3. Ortiz de Pinedo y Emilio Carrère: un vínculo de admiración intelectual, pupilaje y amistad sincera.

Leemos en La novela de un literato , de Cansinos Assens, que la afinidad entre ambos autores llegó a ser tal que podríamos hablar de una sólida pareja literaria que, sin embargo, acabaría por diluirse -como tantas relaciones apasionadas- hasta terminar definitivamente, sin que hayamos tenido acceso de momento a las posibles causas de este final.

La relación con el bohemio Carrère se inicia pronto, al poco tiempo de arribar en Madrid con la supuesta recomendación del amigo citado. El propio Ortiz de Pinedo nos cuenta cómo conoció al autor madrileño: También Carrère rondaba la veintena cuando, en la iglesia de San Luis (probablemente San Luis de los Franceses, en el barrio de Salamanca) “un amigo llamado García” los presentó. A partir de entonces surgió tal vinculación, alimentada por la correspondencia en gustos literarios y por un frecuente intercambio de textos poéticos que hizo que Pinedo fuera bien valorado por Carrère y que nuestro autor comenzara a vislumbrar en la obra del decadente casticista madrileño a un escritor de gran talla artística. No en vano, Ortiz de Pinedo presumiría de ejercer como heraldo de don Emilio en el mundo literario de la capital:

Pronto me di cuenta de que en Carrère había un gran poeta, y por si no se había enterado, se lo dije y le animé para que trabajase. Me cupo la fortuna de ser su profeta y de acuciarle para que venciese sus perezas. De ahí que me haga responsable de todo el dolor que haya podido costarle la azarosa profesión que emprendió “por mi culpa” dejándole para su solo provecho la gloria ganada .

Emilio Carrère publicará en 1902 su primer libro de poesía, Románticas, y ya por aquel entonces Ortiz de Pinedo le dedicará un prólogo en verso para esta primera edición. No será, en absoluto, la única muestra escrita de afinidad entre ambos autores, ya que, por citar varios ejemplos, Carrère incluirá a Pinedo -con cuatro composiciones- en la primera antología de lírica modernista que el madrileño recopila y publica en 1906 bajo el marbete de La corte de los poetas. Florilegio de rimas modernas, mientras que nuestro autor le dedicará algún poema en sus Dolorosas, de 1903, al margen de que en Viejos retratos amigos le brinda un capítulo donde le esboza una semblanza y un poema con su nombre como título, en el apéndice lírico del final del libro, que reproducimos en su integridad:


Loado seas, cronista del Madrid antañón,
que no fuiste jamás rata de biblioteca
esclavo de la fecha y la verdad enteca
sin el preciso jugo de la imaginación.
Tú opones a la Historia la flor de la Leyenda
y con gracia, con garbo, cuentas lo que pasó;
no hablas al que de exactos datos te atiborró;
escribes sólo para el que lo entienda.
Del señor don Francisco de Quevedo y Vi-
[llegas
a las veces recuerdas el sarcasmo buído
y como a él te conocen por tu ingenio atrevido
y tus muchos trabajos y tus pocas talegas.
Tu prosa es poesía y también ironía.
Poeta de la crónica, maestro del humor,
en una mano el cascabel reidor
y en la otra la copa de la melancolía.
Poeta: ya al crepúsculo, tu vida se recata
en el recuerdo y, solo, paseas tu vitola
con tu negro chambergo y tu capa española,
con tus versos de oro y tus sienes de plata.
Que mucho se prolongue de tu vida la tarde,
que nos sigas contando del Madrid que se fué
y endulzando las horas, y que así Dios te
[guarde
Y te colme de santa esperanza y de fe.

No es extraña la admiración de nuestro autor si tenemos en cuenta que Carrère fue su primer guía espiritual y literario en Madrid, a pesar de ser algo menor de edad que el giennense, si bien, una vez concluida esta relación, Pinedo merodeará por otros ambientes y grupúsculos de escritores, como el de Villaespesa y los hermanos Machado o, más tarde, el grupo de Juan Ramón Jiménez; pero acaso en ninguna de estas nuevas reuniones llegaría a encontrarse tan cómodo como al lado de su compadre Emilio Carrère.

Es posible que una de las causas de tal simpatía casi inaugural estribe en la valoración que Pinedo hace de la vida de su amigo, donde había encontrado mucha “tristeza y cobre”, lo que nos recuerda las circunstancias fatales con las que la vida había envuelto a nuestro autor. Quizá ambos podrían representar el papel de antihéroe –que con certeza albergaría también algo de pose artística- en un escenario vital poco favorable y en ausencia de un Deus ex machina que seguramente buscaran en el ejercicio literario. Pinedo escribe el siguiente párrafo sobre la mala fortuna de Carrère:

Ha conocido de cerca el dolor y la injusticia, la tristeza de los seres y de las cosas, lo grotesco y lo amargo, lo ridículo de la “feria de las vanidades” y lo delicado de los espíritus humildes. Sabe más del arroyo de la ciudad que de sus palacios, y del fracaso de las almas que de la euforia de los dichosos. Y porque sabe todo esto, porque ha sido espectador –y actor acaso- de muchos dramas silenciosos, de muchas tragedias íntimas, ha sabido aportar a sus novelas, a sus crónicas y a sus versos ese caudal de humanidad tan caro y tan valioso.

Pero no todo en Carrère era carencia, sino que, cuando tuvo, no supo administrar, sino prodigar. Y es este uno de los aspectos donde se observa la cierta bohemia de Carrère:

Carrère era un bohemio si por bohemia entendemos indisciplina, independencia, fiera aversión al orden y el método y poco dinero en el bolsillo. Sin embargo, Carrère no fue nunca un bohemio completo. Para serlo le faltaba emborracharse de vez en cuando, cosa difícil en un hombre que no bebe más que agua, y le faltaba también ser holgazán.

Sin embargo Pinedo afirma que su amigo, como tal bohemio, trabajaba “siempre en cigarra, nunca en hormiga ”, y que hacía vida de noche, trabajando de madrugada, porque “la noche le indemnizaba de las horas prosaicas” .

4. Final.

Como indicábamos al inicio, no fueron escasos los contactos que José Ortiz de Pinedo mantuvo en la capital del Reino con escritores de reconocido prestigio. Habrá tiempo, sin duda, de indagar en ellos.

Joaquín María Cruz Quintás

Retazos de fraseología y léxico jaenés (XIV)


En bomborombillos: Con esta locución adverbial se nombra en Jaén y otras comarcas andaluzas al acto de subir a alguien a horcajadas o sobre los hombros. Su origen es incierto, y se emplea habitualmente en el ámbito coloquial o familiar.

¡Cojollos!: Es interjección muy habitual en Jaén con la que se elude la pronunciación de un vocablo interjectivo de referencias genitales sin perder un ápice de expresividad ni rotundidad en la expresión. Es más frecuente entre las hablantes femeninas, por motivaciones socioculturales de todos conocidas.

Joaquín María Cruz Quintás

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