JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

En el ciclo sobre Miguel Hernández

Hace setenta y cinco años, casi setenta y seis, que Miguel Hernández, poeta universal, llegó a la ciudad de Jaén. Corría el  mes de marzo de 1937 cuando el oriolano se presentaba en el cuartel general del sector sur del Ejército de Andalucía, enviado por las autoridades del Frente Popular para implementar una labor de carácter eminentemente propagandístico, como redactor y director del periódico Frente Sur. Y es que nuestro autor fue verdaderamente un poeta-soldado, acaso el único de su generación. Poeta de la carne y de la sangre.

Poeta de la vida: Primum vivere, deinde philosophari, escribieron los clásicos, que nosotros podríamos adaptar a la vida y obra del alicantino con un “primero vivir, luego escribir”.  

Miguel Hernández, poeta de la conciencia. Afirma Unamuno, en su Sentimiento trágico de la vida, que “conciencia es conocimiento participado, es consentimiento, y con-sentir es com-padecer”. 

Resulta imposible, por tanto, separar vida y obra en Miguel Hernández, porque ambas se alimentan de manera recíproca: su verso cordial y sangriento, según adjetiva Juan Cano Ballesta,  es espejo quebrado y arma empuñada para la sobrevivencia, que le hizo escribir en El rayo que no cesa:

            Un carnívoro cuchillo
de ala dulce y homicida
sostiene su valor y su brillo
alrededor de mi vida.

Una vida que, como hemos apuntado ya, también discurrió por las calles añosas del aquel  Jaén de los años 30. 

Y de las huellas de su paso por esta ciudad y de otras cuestiones nos habló el pasado jueves el escritor Manuel Urbano Pérez, y el viernes José Luis Buendía. También el jueves, Francisco Escudero nos convenció de la trascendecia universal del legado hernandiano, que tenemos en Jaén. Y a última hora del viernes, Rafael Alarcón nos urdió, antes de la cerveza y la liturgia de las tabernas catedralicias, una síntesis perfecta de su obra poética. Seguiremos el próximo viernes.

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