JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Retazos de fraseología y léxico jaenés (II)

- Ligar: Quizá la acepción más habitual de este vocablo sea la de “unir” o “enlazar”. Sin embargo, en la provincia de Jaén (y en otras comarcas, fundamentalmente del sur de España), se utiliza este término ciñendo su significado al ámbito culinario. Así, a la costumbre –casi litúrgica- de tomar el aperitivo después del mediodía se la nomina “liga”, en tanto que su función es la de ser eslabón entre el desayuno y el almuerzo, esto es, unir las dos primeras grandes comidas del día. El uso frecuente de esta acepción no es óbice para que se haya perdido la conciencia sobre el origen de este uso, de ahí que a este momento de tapeo también se lo suela llamar “ligá” (ligada), en lugar de, simplemente, “liga” (unión, enlace).

- Trasponerse: Es uso muy habitual en el español de Jaén, fundamentalmente en su ámbito coloquial, el uso del verbo “transponer” o “trasponer” para referirse al acto de cambiar una persona de ubicación de manera muy acentuada, irse muy lejos: “- Ahora tengo que ir al barrio de La Glorieta. - ¿Allí te vas a trasponer ahora?” La peculiaridad del habla jaenesa en este punto radica en la frecuencia de su uso, así como en la alusión a que la distancia recorrida o que se ha de recorrer es, siempre, muy notable.

Permanece Maquiavelo



Nicolás Maquiavelo defendió, en el siglo XVI, que lo deseable no es la virtud, sino el éxito, esto es, la conquista y mantenimiento del poder. De esta máxima se puede colegir la trascendental relevancia que el florentino proyectó sobre el modo de concebir la política en Occidente, toda vez que durante la Edad Media primaba la idea de revelación (de acerado sedimento moral, por tanto) frente a la meramente pragmática, que alcanzará hegemonía en el Renacimiento. El diplomático italiano, de manera trascendente, había hecho que los pilares del pensamiento y la praxis política en Europa se resquebrajaran. Hasta el escombro.

El magisterio maquiavélico no ha dejado de tener discípulos en los últimos cinco siglos y, aun en esta humanidad posmoderna (supuestamente ética y superadora de costumbres bárbaras), la parte más desalmada de su decálogo permanece grabada a fuego en el ideario colectivo de las sociedades occidentales.

Así, la anulación de la idea de moral o de pecado, identificada como una antigualla o corsé que privara de libertad, acaso responda a una finalidad ulterior más perversa: la destrucción o aniquilación, confinándolo al ostracismo, de todo grupo social que vindique la conservación de un cúmulo de valores naturales o eternos, en tanto que profundamente humanos. La vida de la persona es el mayor de ellos. Pero Maquiavelo escribió que “a los hombres hay o que atraerlos por las buenas o anularlos”. Y también afirmó que los éxitos no son producto de un factor sobrenatural, sino de un adecuado uso de la crueldad. Una crueldad que puede ayudar a conquistar y mantenerse en el poder al que sepa administrarla con maestría, esto es, con discreción y sin alharacas. En silencio. Un silencio intrauterino, a ser posible. Porque, continuará el autor italiano, “es mejor hacer de una vez todo el mal que tenga que hacerse”. Y fundamentalmente cuando este sea incontestable, perentorio, definitivo, fatal.

Anulada la idea de moral -por desfasada-, encumbrado el Bienestar a la categoría de diosecillo y conmutada la idea de entrega o transmisión (traditio) por el insubsistente concepto de seguridad (?), quizá podamos certificar la momentánea victoria de quien afirmó, desconfiando interesadamente de determinadas evidencias racionales, que hay “cosas con apariencia de vicio de las que derivan el bienestar y la seguridad”. Y ya se sabe que para quienes -falseando su programa electoral- postulan estas políticas, el faltar a las promesas, como dijo el florentino, puede ser en ocasiones muy conveniente.

Joaquín María Cruz Quintás

Si son los de siempre



Leo en la prensa que Cáritas ha recibido un 55% más de peticiones de ayuda motivadas no por la llamada crisis, ni por el denominado crack (fisura, en inglés), sino por el crash económico, que significa desplome, como bien ha explicado José María Carrascal.

La propia institución afirma que la mayoría de las personas que acuden en petición de auxilio son mujeres solas que han de sacar adelante a su familia, varones parados procedentes de empleos de baja cualificación profesional, inmigrantes, jubilados con pagas escuálidas, etc. Todo un gentío de personas muy diversas que acaban desbordando las posibilidades de la organización. Al Estado, estas cosas le vienen largas. Por eso se las larga a los que siempre han estado ahí.

Cáritas –que, junto con la también católica Manos Unidas, es la que más aporta a la lucha contra la miseria, con un desfase descomunal en comparación con el resto de oenegés- está formada, como es sabido, por una muchedumbre de laicos dispuestos a cuestionar las estructuras sociales que favorecen la injusticia y el empobrecimiento de los más débiles y a luchar, a menudo desde el silencio y el anonimato, por solventar las precariedades de los más próximos entre los prójimos.

El lector poco avezado -o simplemente idiotizado por los clichés que desde los púlpitos mediáticos de masas se expelen a granel- habrá pensado que no se puede ser laico y pertenecer a la Iglesia. Pero laico (forma culta de la voz lego) es, sencillamente, el que no tiene órdenes clericales. Y, en los siglos pasados, donde la cultura habitaba casi exclusivamente en los templos y monasterios, el que no era clérigo no tenía letras. De ahí la importancia de crear legos (laicos) entre los ciudadanos, para inocularle en vena, con la sencillez que da la rutina, la ponzoñita ideológica de rigor.

A pesar de todos los datos habidos y por haber, mientras Cáritas no se separe de la Iglesia católica -que es como solicitar a alguien que se arranque la cabeza de cuajo - en los medios seguirá gozando de mayor estima, por ejemplo, un politicastro que se vista una cazadora de pana raída y exclusivamente pensada para la ocasión, o cualquier actorcillo afecto al Régimen que subaste sus calcetines en un ímprobo acto de caridad (pero se me olvidaba que la palabra caridad -amor, en latín- ha sido sustituida por la otra, tan inane, de solidaridad), que un hombre que apoquine en su parroquia y que dedique algunas tardes de la semana a los despojados de su barrio.

Aunque, bien pensado, este hombre quizá no mostraría mucho interés en salir en la televisión para contar lo que hace con su tiempo y su dinero. Es la diferencia entre la propaganda (el agitprop) y aquello de “que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”.

Joaquín María Cruz Quintás

El reino de Leviatán



Las sociedades modernas, toda vez que han perdido el poso de humanismo, aunque tácito, que las cimentaba -al menos en el plano ideal o ideológico-, han terminado por derivar en la negación de lo más íntimo de lo humano, que no es sino la propia vida.

De este modo, la existencia humana, equiparada a la de los animales en dignidad y valor (a saber: encomio del suicidio asistido, vindicación del aborto libre, proyecto Gran simio y otras memeces de calaña similar) se ha convertido en una suerte de entelequia relativizable y relativizada sobre la cual el Derecho ha de legislar no con objeto de protegerla en cualquier caso, tiempo y lugar, sino de permitir exterminarla en el caso de que contradiga o blasfeme contra la deidad Suprema de la sociedad posmoderna: el Bienestar.

Este supuesto y sedicente “progreso social”, cuando se identifica casi exclusivamente con políticas que favorecen la comodidad o molicie por encima de otros valores como el coraje, la lucha interior, el derecho a vivir de los más débiles entre los débiles, etc., y cuando vincula la dignidad de una vida con la ausencia de sufrimiento, desplegando por añadido sus tentáculos mediáticos (como un enorme Leviatán que aniquilará a quien ose plantarle cara), se erige en una formidable dictadura de las tinieblas y la Muerte.

Pero, ¿quién matará a la serpiente astuta, al dragón del mar? Nosotros acaso sólo dispongamos de un anzuelo para pescarlo. O no.


Joaquín María Cruz Quintás

Retazos de fraseología y léxico jaenés (I)

- Remanecer: Es verbo muy utilizado en la provincia de Jaén, de manera especial en Mancha Real y proximidades.

En estas tierras se utiliza con el sentido de descender (de una familia). «Yo remanezco de La Mancha [Real]», dicen quienes tienen ascendencia en este pueblo jaenés. Su génesis etimológica es «manescere» (amanecer), situado tras el prefijo «re-»: «Re-amanecer» (literalmente «volver a amanecer»), significado que el diccionario de la Real academia española precisa como «aparecer de nuevo e inopinadamente».

En el capítulo 72 de la segunda parte del Quijote encontramos este verbo («agora remanece aquí otro don Quijote»), que es utilizado para expresar la sorpresa de quien ve lo que ciertamente no esperaba.

- Bonico: Hay en la provincia de Jaén tendencia a utilizar los diminutivos terminados en los sufijos –illo e –ico. El uso de –ito es casi testimonial.

De los dos empleados con mayor frecuencia, el más llamativo es –ico, por ser inusual en la mayor parte de Andalucía. Pero –illo e –ico no se emplean en igualdad de condiciones. El segundo se utiliza fundamentalmente en ámbitos familiares, cariñosos o en situaciones de habla donde se quiere expresar recogimiento o cercanía amorosa-familiar: «a gustico», «calentico», «amorosico», «besico»,… El primero, de manera más genérica: «perrillo», «cochecillo», «arbolillo», aunque la norma no es absoluta.

Resulta curioso el empleo de la forma «bonico» en lugar de «bonito», dado que no se trata de diminutivo alguno, sino de un vocablo que, sencillamente, termina así.

Joaquín María Cruz Quintás

Colgados por Manu

Lo de Fraga -seamos Francos- puede recordar un poco al Régimen anterior, que es el último que sufrió Cristina Almeida, según confesión personal.

Tan injustificable torpeza ha motivado que los enemigos le recuerden su pasado en la Dictadura, que en el fondo es como querer arrebatarle la santidad a Paulo porque antes perseguía y daba matarile a los cristianos. Tampoco al Azorín que ya escribía en ABC se le podría tildar de anarquista, ni parece adecuado, a estas alturas, acusar a Jiménez Losantos de partidario de la Revolución, a no ser por las formas. El pasado, cuando se contradice con el presente, no tiene mucho valor. El problema llega cuando se acude al cementerio del tiempo y de la nostalgia a depositar guirnaldas en las tumbas. No es el caso del mencionado, aunque sí el de quienes imaginó haciendo de péndulo.

A Fraga de Tarso -el don Camilo de la política española- siempre le ha perdido su temperamento intempestivo, su pronto fernangomeciano, su bocanada rauda, lo cual ha contribuido a camuflar, aderezado con una buena dosis de propaganda, el brillantísimo papel que desempeñó en la llegada de las libertades a España.

Un hombre de la talla intelectual y la sagacidad del senador gallego debería reconocer que esas palabras fueron una broma de mal gusto -aunque expeditiva y lúcida- más propia de una sobremesa que de otro foro. Pero aprovechar las circunstancias para acusarlo de franquista es volver a los cristianos viejos y a la pureza de sangre.

Joaquín María Cruz Quintás

Buen rollo condón Bernat

La nueva campaña del Ministerio de Sanidad contiene, en mi opinión, al menos tres pecados de origen fundamentales:

En primer lugar, el de la apología de la horterada, revelado en la estética musical y literaria (dicho sea en estricto sentido etimológico) del anuncio de marras: «Yo no corono rollos con bombo», etc.

En segundo lugar, el de identificar la evitación del embarazo como único objetivo de la relación sexual (al margen del placentero).

Finalmente, en tercer lugar (y como epítome de los anteriores) la ausencia de identificación entre la práctica sexual y una relación personal madura, sólida y afectiva.

Mientras tanto, y tras múltiples campañas de este tipo, los embarazos involuntarios no decaen y los abortos se multiplican. Es la consecuencia de estar todos los días lanzando piedras hacia el cielo con la convicción de que ninguna te caerá en la cabeza.

Joaquín María Cruz Quintás

De ratas y rateros

El diputado nacionalista de Esquerra, Joan Tardá, ha tildado de «corrupto» al Tribunal Constitucional, después de que la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña haya pedido un informe a los «Mossos» sobre los exabruptos que profirió en un acto de las juventudes de ERC, en las que lanzó al viento aquello de «¡Muerte al Borbón!».

El parlamentario catalán intenta defenderse afirmando que es un grito sacado de contexto por la prensa de «Madrit» y que en ningún caso desea el óbito de nuestro monarca, sino más bien el de Felipe V, ha venido a decir. Hombre, eso de matar a los muertos y a los remuertos tiene que ser algo como mínimo aburrido, sin chiste ninguno. Pero el diputado se escuda en que no era más que un grito de la Guerra de Secesión empleado por él de manera absolutamente inocente. Si no fuera porque es innegable que se trata de una ridícula excusa con la que Tardá reincide en su afán de tirar la piedra y esconder el puño, la escena sería interpretada como propia de un anacrónico perturbado con camisa de fuerza.

En cualquier caso, suponiendo que el otro día no quisiera hacer apología del asesinato, resulta evidente que la vinculación con la violencia del partido Esquerra Republicana ha sido, y es, verdaderamente estrecha: Hoy por hoy, son frecuentes las algaradas independentistas con actos vandálicos por las calles barcelonesas. Y durante la Segunda República –época de la que se sienten especialmente orgullosos- la ERC organizaba sus bases, los «escamots», adiestrándolos en el empleo de la fuerza, en comunión con los movimientos totalitarios en auge. Y fue el día seis de octubre de 1934 cuando la Generalidad catalana se sumó a la insurrección golpista que el día anterior se había desatado en el resto de España -organizada por los sectores más radicales de las izquierdas- contra el gobierno de centroderecha.

Que Tardá arremeta contra el TC acusándolo de no cumplir las reglas de juego, cuando hace pocas fechas participó -junto a sus afines- en un sonoro homenaje al «ex president» Lluis Companys (encarcelado durante la República por conjurar contra ésta y proclamar el nacimiento del «l `Estat catalá») provoca, cuando menos, la sonrisa.

De cualquier manera, los nacionalistas de Esquerra continuarán quejándose de la supuesta catalonofobia, de que Madrid les niega su identidad y de que el resto de españoles los tachamos de ser algo «ratas». Pero lo cierto es que al menos esto último sí se cumplió en Companys, cuando, tras el estrepitoso fracaso de aquel octubre, intentó fugarse por el alcantarillado.

Joaquín María Cruz Quintás

La ciudad rediviva


Cuando uno observa, con una sombra de placer melancólico, alguna fotografía en sepia de lo que fue el barrio jaenés de la Alcantarilla, con sus palacios de galerías porticadas, sus viejos caserones y sus palmeras añosas, no puede por menos que rememorar ese espacio urbano idílico con que (supuestamente) el genio de Juan de Valdés Leal recreó, idealizándolo, el Jaén del siglo XVII. Ese Jaén que penetraba una etapa umbría de decadencia económica y social, de miserias y calamidades, pero que aún conservaba incólume las noblezas de la centuria anterior, en la que llegó a ser ciudad muy bien posicionada en el ámbito abisal de las Españas.

En el cuadro del pintor sevillano, la ciudad se reinventa a sí misma, se reviste de oropeles, chapiteles y almenas por doquier, y las murallas alcanzan una esbeltez de palacio centroeuropeo. La ciudad como barroquísimo decorado teatral en unos años en los que el italiano Cosme Lotti había revolucionado la escenografía de los escenarios hispanos. El teatro como «obra total». El espectáculo de los sentidos. Como ese Jaén que hoy hemos revivido al otro lado del sepia de una fotografía.

Joaquín María Cruz Quintás

Los que ven la tele ya sabían lo de Lorca

Andan a la gresca en las últimas semanas los universitarios (especialmente los granadinos) a propósito de la consideración que el profesor José Antonio Fortes ha realizado sobre el vínculo de la literatura lorquiana (en su adscripción neopopulista) con los presupuestos ideológicos del fascismo. El atrevimiento, a García Montero, le ha sentado como un tiro y, bien sazonado con abundantes malquereres personales hacia el antedicho, ha terminado por desembocar en disparate.

Realmente, todos han pecado un poco de «acusicas»: García acusa a su enemigo de tiza y cátedra de acusar al poeta de fachilla, mientras que el colectivo de alumnos de la universidad de Granada acusa al cónyuge de Almudena Grandes (obviando acaso tal penitencia, o considerándola insuficiente) de falsas acusaciones contra su profesor. Entretenido.

En realidad, lo que el marxista Fortes escribe es que en la literatura de Lorca se exaltan valores próximos a los del fascismo español. A saber: «la ideología de la madre, la ideología de la sangre, la ideología de la tierra, la ideología del alma del pueblo, la ideología de la raza, la ideología de la familia, la ideología patriarcal autoritaria, la ideología de la jerarquía social natural, la ideología de la sexualidad reproductora, la ideología del matrimonio, la ideología tradicionalista, la ideología liberticida, la ideología de la inhibición sublimadora, la ideología del irracionalismo, la ideología de la violencia, la ideología de la fuerza».

Siendo discutibles –como es sano, por otra parte- algunas de estas premisas (tanto para el orden ideológico del fascismo como para el andamiaje ideal del poeta) lo cierto es que no parece motivo para rasgarse las vestiduras. Pero Lorca procedía de familia acomodada, se peinaba con fijador, vestía trajes y corbata, tocaba el piano, y -¡oh, poetilla reaccionario!- en su pluma temblaba el pulso de la tauromaquia: «La luna de par en par,/caballo de nubes quietas,/y la plaza gris del sueño/con sauces en las barreras».

Así que no era necesario haber leído al poeta. Para muchos, idiotizados por los clichés ideológicos que vomita la televisión y el cine en España, aquellos serían indicios más que suficientes para colgarle el sambenito más rentable del momento: «Este tío es un facha».

Joaquín María Cruz Quintás

El viraje baezano de Antonio Machado



Recién llegado a Baeza, en 1912, Antonio Machado escribe una carta a Unamuno, en la que afirma: «Cuando se vive en estos páramos espirituales, no se puede escribir nada nuevo, porque necesita uno la indignación para no helarse también». Don Antonio eleva así el clima baezano a la categoría de metáfora de la interioridad de unas gentes que habitan un pueblo «húmedo y frío, destartalado y sombrío, entre andaluz y manchego». Una población de cuya belleza arquitectónica y artística jamás esboza una sola palabra, porque Machado no es un poeta inclinado al esteticismo ni al modernismo de salón. El suyo goza de la hondura, marcadamente española, del espíritu interior (del alma) de los pueblos, corolario de la crisis de la conciencia que es alumbrada durante la España restauracionista.

Pero don Antonio había llegado a Baeza herido de muerte por el fallecimiento de su esposa, la adolescente Leonor. Sus primeros años son, por tanto, de una profunda melancolía. Sin embargo, su experiencia social de los lugareños, de las injusticias que observa, que las profundas desigualdades, de la holganza de clase alta que cercena el progreso de la nación, supondrá una inflexión casi definitiva en su trayectoria poética. Nace (o quizá renace) el Machado rebelde, contestatario. El poeta de acción.

Joaquín María Cruz Quintás.

La educación bastardeada



Cuando don Quijote -en el capítulo XXXVII de la primera parte del libro y presidiendo la mesa donde el ventero les había aparejado la cena a él, a Sancho y demás huéspedes-propugna sin menoscabo la superioridad del ejercicio de las armas frente al de las letras, realiza a su vez un sólido encomio de las últimas, aludiendo a las penurias que habían de soportar los estudiantes de los años áureos:

«Por este camino que he pintado, áspero y dificultoso, tropezando aquí, cayendo allí, levantándose acullá, tornando a caer acá, llegan al grado que desean; el cual alcanzado, a muchos hemos visto que, habiendo pasado por estas sirtes [escollos] (…) los hemos visto mandar y gobernar el mundo (…) premio justamente merecido a su virtud»

Pero el discurso se erige también en una metáfora del posible camino del estudiante, una vez superadas en nuestra época las precariedades aludidas. No existe proceso de enseñanza y aprendizaje exento de caídas y contrariedades, de soledades y fracasos, de dudas y de dientes apretados. Es el precio que exige la búsqueda de la excelencia, nombrada por los griegos de la Edad Clásica como areté. Hay, sin embargo, padres que, frente a los clásicos grecolatinos, prefieren a los políticos españoles, y abogan por una educación infectada (e infestada) de igualitarismo, que no es sino el hermano bastardo de la igualdad. Pero fue Aristóteles quien afirmó que «quienes educan bien a los niños merecen recibir más honores que sus propios padres, porque aquellos sólo les dieron vida, estos el arte de vivir bien». Y fue un rabino judío nacido en Belén quien abajó la mediocridad a la categoría de pecado en una parábola conocida como «de los talentos».

Sin embargo, arrumbadas las lenguas y culturas maternas en las cunetas del sistema educativo y demonizada la religión cristiana como supuesta fuente de conflicto, esto es, arruinados los cimientos esenciales de la civilización occidental -la más fecunda de las existentes-, la suerte de la misma parece estar echada.

Joaquín María Cruz Quintás.

De la obligada juventud

La muerte de Álvaro Ussía en las últimas semanas parece que ha servido como punto de inflexión -¿o acaso como una raya en el agua?- para reflexionar sobre la realidad en las fiestas de la «la noche» española, que por otra parte no son sino el reflejo del modelo de diversión único para la gente joven que se viene difundiendo desde los magníficos años (para el narcotráfico) de la movida madrileña de Tierno Galván.

Como tenemos la mala suerte de no poder ser jóvenes si no trasnochamos, los que no frecuentamos esas cavernas humeantes seremos –qué le vamos a hacer- relegados y rotulados con el sambenito de «aburridos» o, en apología de una supuesta e imperecedera adolescencia, de «abuelos». Porque la ancianidad no estriba en el físico sino en la mente, como bien conocen las maduritos que frecuentan las covachas discotequeras disfrazados de jóvenes y jóvenas púberes, sacrilegios andantes del decoro o personajes alegóricos del «tempus fugit». Y es que, al parecer, la planta de la eterna juventud no se halla, como en el poema mesopotámico de Gilgamesh, en el fondo de las aguas marinas, sino en alguna planta o piso de esos locales en los que a veces se suceden episodios de matones (o terroristas) más propios de la actual Mesopotamia que de un país civilizado y liberal.

Joaquín María Cruz Quintás

"La negra que llaman honra" del rey Herodes

Hoy se ha inaugurado la iluminación navideña Jaén. Hay una variedad no muy novedosa: desde las más llamativas lucecitas azules de la arboleda del Paseo de la Estación, hasta la ornamentación obstinadamente paleta y ochentona del Gran Eje, ese gran gazapo urbanístico. Al menos el castillo de Santa Catalina no se asemeja, como hace un año, a un prostíbulo fortificado que, en un muy hortera anacronismo, pareciera estar habitado por doncellas dispuestas a dejar de serlo, tiremos de etimología. Una sencilla estrella de Oriente lo ha devuelto a los tiempos de Herodes, del que - aunque no era hombre seráfico- no hay constancia de que regentara un lupanar betlemita.

Joaquín María Cruz Quintás

El perenne trampantojo

En el programa de Televisión Española 59 segundos, emitido en la primera semana de diciembre, el presidente de la Junta de Extremadura, Rodríguez Ibarra, exponía cuáles fueron, a su juicio, las renuncias que desde los diversos polos y opciones políticos se realizaron en los años de la Transición democrática y restauracionista. Según él, todos dimitieron de (o guardaron en el cajón) sus respectivos programas de máximos. Esto es, según Ibarra: los nacionalismos -de derecha o de izquierda- renunciaron a la independencia, la izquierda nacional al marxismo y la derecha a las formas dictatoriales. Hábil mixtificación, sin duda.

De esta forma, Ibarra vincula directamente las formas autoritarias a las diversas opciones de la derecha política, como si de un elemento intrínseco o natural a esta ideología se tratase. La de derechas sería, en puridad, una ideología naturalmente antidemocrática, mientras que la de izquierdas no. Aserto que se revela como un formidable sofisma con tan sólo recordar que, en España, la extrema derecha fue un grupúsculo marginal hasta los últimos años de la II República (la católica CEDA era el partido abrumadoramente mayoritario entre las derechas) mientras que, en el flanco izquierdo, los intentos de Revolución armada -auspiciados por el hegemónico PSOE y la Esquerra, entre otros, e inspirados en el modelo soviético de Stalin- fueron notablemente anteriores al 36, año en el que, tras un quinquenio de convulsión social, se produce la fascistización de buena parte de la derecha, hasta entonces moderada.

Joaquín María Cruz Quintás

Almudena Grandes o el clímax de la mezquindad

«¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y -¡mmm!- sudorosos? En 1974, al morir en su cama, recordaría con placer inefable aquel intenso desprecio, fuente de la suprema perfección. Que la desbeatifiquen, por favor». Almudena Grandes. Diario EL PAÍS, 24 de noviembre.

El reciente artículo de Almudena Grandes en el que imaginaba, con esa delectación propia de los seres más primarios, el placer que debía de haber sentido la Madre Santa Maravillas al ser humillada sexualmente por un fornido miliciano -y también sudoroso, en la mente calenturienta de esta señora- no hace sino explicar con una nitidez reveladora uno de los cimientos -sólo uno, aunque de peso- sobre los que se fue construyendo el proceso que desencadenó la Guerra Civil del 36: La justificación de las tropelías que, por motivos extrapolíticos, cometieron los partidarios de la Revolución contra centenares de religiosos católicos, contra los defensores del evangélico amor al enemigo y la búsqueda de la verdadera libertad («La verdad os hará libres»), frente a los que propugnaban, como génesis de su ideología, el enfrentamiento violento de clases y la dictadura del proletariado.

Afortunadamente, contra ella se han alzado voces que, desde la izquierda (como la de Antonio Muñoz Molina), nos recuerdan que existe y existió en los años de la II República una línea de pensamiento -en ambos márgenes del espectro político- sensata, prudente y conciliadora.

Joaquín María Cruz Quintás

Los textos más leídos del blog