JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Paradojas y cemento

Uno de los sarcasmos más definitivamente trágicos de nuestro tiempo es la prevalencia de una suerte de “ética” hipócrita, burda y, por pueril, desinhibida, formulada a menudo con el encumbramiento del buenismo en perjuicio de la verdad, siempre que esta contravenga las leyes fundamentales de la nueva moralidad (o “extra-moralidad”, si nos acordamos de Nietzsche).

Hace unos días. No sé qué canal de televisión. Informativo de máxima audiencia. Escucho la noticia del maltrato sufrido por unas yeguas a manos de su dueño, hasta el punto de acabar con la vida de algunas de ellas. Tan lamentable suceso es presentado como una noticia de Estado, incidiendo en la narración de los más sórdidos detalles de la muerte de los équidos. Pero, no quedando ahí la cosa, la presentadora remata el relato de los hechos con una trágica adenda aportando un dato que supone un añadido de crueldad para el matarife: Una de las yeguas muertas estaba “embarazada”, lo cual habrá de conmover los arcanos más profundos del alma del espectador, por el feticidio equino.

Hace unas semanas, apenas un mes. El mismo informativo. Se presenta el supuesto derecho de la mujer a decidir sobre la vida gestante que abriga (o soporta) en su seno como un indudable progreso social y médico, teniendo en cuenta que el “nasciturus” no es aún un ser humano. A diferencia del potro que, se supone, ya sí es un potro indefenso. De ahí que la información se presentara como agravante.

Idéntica cadena. Sección de sucesos de un programa matinal. Abren con la noticia del fallecimiento de un obrero de la construcción en accidente laboral. Su mujer esperaba un hijo. Los comentaristas de la noticia hacen lamento de la infancia futura del hijo ya huérfano antes de ver la luz.

Días anteriores. En ese mismo programa se postula como conquista social la posibilidad de ser madre soltera “en este país” (luego, tras diversas pesquisas, puede saber que se referían a España).

La contradicción es, para qué negarlo, un concepto intrínsecamente humano. Pero, a mi parecer, semejantes paradojas no son sino el producto de poseer unas mejillas de consistencia similar a la del cemento armado.


Joaquín María Cruz Quintás

Retazos de fraseología y léxico jaenés (XXXIII)

- Angelico: En un artículo anterior hacíamos referencia al uso del sufijo –ico en la provincia de Jaén [LEER]. La voz angelico, diminutivo de ángel, es extraordinariamente habitual en Jaén para referirse al bebé o infante que inspira ternura en quien lo contempla: “Cucha, cucha el angelico, qué pucheros hace”.

- Alargarse: El DRAE recoge, como una de las muchas acepciones del verbo alargar, la de “Ir a un sitio algo más lejano del que antes se pensó”. Sin embargo, es muy frecuente escuchar este verbo en Jaén como sinónimo de acercarse o encaminarse a algún lugar de destino, sin necesidad de que se encuentre más lejos del pensado inicialmente: “Anda, ve… y te alargas ahí a la Nati a por una docena de huevos, apaña´o”.

Joaquín María Cruz Quintás 

Retazos de fraseología y léxico jaenés (XXXII)

- Ansias, agonías: Es habitual en el habla coloquial de Jaén la sustitución del adjetivo sustantivado ansioso por el empleo metonímico del sustantivo ansias (casi siempre en su forma plural), para nombrar a quien, careciendo de templanza, todo lo acapara para sí. De forma paralela, es muy utilizada la voz agonías (plural) para designar idéntico concepto: “El agonías este nos va a dejar sin tapillas… No seas tan ansias, hombre”.

- Espuerta (de voces): Resulta curiosa la frecuencia con la que se escucha en las tierras giennenses este sintagma de connotaciones aceituneras (o simplemente campesinas) para denominar al vocerío contundente y recriminador con el que se le afea a alguien su conducta. Es habitual el empleo del término con sufijo aumentativo: “Le di un esportón de voces al muchacho… que se quedó blanco".

Joaquín María Cruz Quintás. 

Los sacerdotes de la Salud

Uno de los roles más temibles de entre los que suelen adoptar nuestros politiquillos es, no hay duda en esto, el del pomposo defensor del bien común y los derechos de los ciudadanos. Y viene siendo así porque, limitada su percepción y comprensión de la realidad social como un todo (tanto se han entregado a los sectarismos que su actitud les ha nublado fatalmente el entendimiento), nuestros dirigentes suelen simplificar la solución de los problemas más complejos tal lo haría un adolescente. Este modo de proceder, salpimentado con una generosa dosis de fariseísmo y el frecuente recurso al argumento emocional en desprecio del racional (esto es, a un abuso de la propaganda) ha terminado calando entre los ciudadanos, obnubilados en nuestro peregrinaje a la búsqueda de ese dios llamado Salud pública.

La nueva ley antitabaco no viene sino a ser un ejemplo de lo que acabo de exponer. Yo, que ni fumo ni soporto la hediondez del tabaco en locales cerrados, he de reconocer que estoy encantado con las nuevas normas. Pero esta afirmación únicamente la puedo sostener desde una perspectiva egoísta. Es cierto que a partir de ahora podré tomar el aperitivo sin necesidad de tirar con urgencia la ropa al cesto, ni me causará repugnancia el olor de mi pelo sobre la almohada tras una noche con los amigos, ni el gusto de un plato sabroso será adulterado por la pestilencia de esas borrascas que se apoderan de los bares. 

Todo esto es verdad. Pero está a su vez supeditado a dos ideas primordiales: En primer lugar, la de que los negocios de hostelería son privados. Y en segundo, la de que la opción de visitar estos establecimientos no es un derecho fundamental del ciudadano. Son espacios de ocio a los que uno asiste de manera voluntaria. Un empresario realiza una oferta (local climatizado, para fumadores, con carnes a la brasa, con unos precios determinados…) y el cliente en potencia la acepta o no. Si no le convence se va a otro lugar, o incluso a su casa. Caso muy diferente es el de hospitales, centros de enseñanza y organismos públicos en general, incluso portales de vivienda, ascensores, etc.

Lo contrario responde a un intervencionismo muy peligroso (enmascarado bajo la apariencia de defensa de la salud pública), que mina la libertad de quien mantiene su negocio a pesar del permanente capricho de un gobierno que tiene intención de privatizarlo todo, menos las tabacaleras.

Joaquín María Cruz Quintás

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