El problema del verbo españolizar
es que tiene varias acepciones, diferentes connotaciones, interpretaciones
desiguales. Y claro, esto siempre se presta al equívoco. El ministro Wert, que
es hombre desacomplejado y que estructura bien sus discursos --de lo cual tiene
conciencia--, pronunció aquella palabra peligrosa en un contexto que se viene
obviando y que resulta fundamental para entender todo este pequeño lío. Lo
habían acusado de intentar españolizar
a los catalanes, léase el verbo con sentido claramente peyorativo. Y su réplica
consistió no en cambiar el significante, sino en mantenerlo dándole un giro a
su significado, que esas son las virtudes de la polisemia, el doble sentido y
el juego de palabras.
Evidentemente, semejante requiebro léxico-semántico (que no
carece de un cierto matiz provocador) ha dejado medio aturullados a los
profesionales de la planicie mental, esto es, a los políticos de la regla de
tres y los epítetos épicos. A un liberal como Wert las convulsiones de algunos
siervos intelectuales de la gleba le deben de provocar una sonrisa etrusca de
profesor frustado. Y miren que lo primero que hizo después de soltar los canes
del verbo prohibido fue glosarlo, explicarlo, acortarles la cuerda y atarles el
bozal, que ni San Juan de la Cruz
con sus comentarios. Pero ya sabemos que es muy difícil combatir la mezcla de
atrevimiento y de simpleza.
El problema de Cataluña es que en las últimas décadas se ha
desespañolizado de manera doctrinaria, antinatural, mintiendo sobre la Historia y alimentando mitos
que nacieron en el siglo XIX sobre la base de la nada. Españolizar a los
alumnos (reespañolizarlos) debe consistir en devolverles el natural e
inalienable derecho de conocer la verdad de sus dos identidades
complementarias: la catalana y la española. Las de siempre.
Joaquín María Cruz Quintás