JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Retazos de fraseología y léxico jaenés (XXII)

- Calentura: Con este vocablo, funcionando como sustantivo masculino (“Ese gachón es un calentura”) se solía designar en estas tierras al varón cansino, incordio o, más jaeneramente, pejiguera. Hoy en franco desuso, es voz propia de niveles socioculturales bajos.

- A lo primero, entremedias, a lo último: De empleo todavía muy frecuente en niveles diastráticos bajos, forman un grupo de construcciones locativas con las que aún muchos giennenses se refieren al principio, mitad y fin de una secuencia. Vienen a ser, asimismo, los términos con los que los alumnos menos aventajados de Secundaria identifican en una narración el planteamiento, el nudo y el desenlace.

Joaquín María Cruz Quintás

José Ortiz de Pinedo (1880-1959). La singularidad de sus narraciones femeninas

Extracto de la exposición realizada por el autor en el Salón de Grados de la Universidad de Jaén el 21 de febrero de 2010, que resume las trazas fundamentales del trabajo de investigación con el que ha obtenido el Diploma de Estudios Avanzados (DEA), dentro del Programa de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanomericana (La Edad de Plata).

[...]
Seguidamente, intentaré trazar las líneas maestras de la estructura sobre la que se cimienta mi trabajo de investigación, titulado La novela de quiosco de José Ortiz de Pinedo (1880-1959). La singularidad de sus narraciones femeninas. [...]
La primera parte del mismo está diseñada para esbozar el contexto social y literario en el que nace el subgénero de las novelas de quiosco.
La segunda parte de la tesina se centra ya plenamente en la figura de José Ortiz de Pinedo, realizando un recorrido por sus episodios vitales más relevantes, acercándonos al vasto corpus de su producción literaria y centrando nuestros esfuerzos en el análisis de aquellas novelas de quiosco con protagonista y temática femeninas.

En la línea de la mayoría de escritores que cultivaron la novela de quiosco en las décadas iniciales del siglo XX, José Ortiz de Pinedo dedica buena parte de su producción a la temática rosa, amorosa o galante focalizada desde un prisma femenino, asunto de gran interés para la mujer lectora que podríamos llamar “de mesa camilla”. De entre estas obritas, hemos destacado por su interés social aquellas que narran la historia de una mujer que busca una nueva y a menudo imposible vida, espacialmente lejana del ámbito familiar, que la libere del corsé asfixiante impuesto por una sociedad excesivamente rígida y liberticida cuando de la mujer se trata. Nuestro autor se mostrará en ellas fiel al ideal novelístico que él mismo confesó a Julio Cejador en una carta:

Reproducir la vida con toda fidelidad... y sin retórica; tal debe ser –en mi opinión– el ideal del arte; pero (…) copiando de la realidad solamente aquello digno de copia, esto es, excluyendo lo feo y lo avieso, que de ambas cosas no puede el arte, por buena voluntad que tenga, extraer algún placer estético. Decir, sí, toda la verdad de la vida, pero cuidando de poner un poco de luz sobre sus miserias y dolores; porque pintar por pintar lo feo y repugnante es convertir el arte de señor en esclavo, y el arte debe ser soberanía.

Las obras que hemos analizado, porque conforman el cuerpo de ese grupo de novelas femeniles, son Eva Curiosa, La dulzura de amar, La novelera y La aventurera de los sueños.
Todas ellas narran historias que se enmarcan en el ámbito de la sociedad burguesa e incluso de la aristocracia, fuertemente dominadas por una concepción falocrática de las relaciones familiares y sociales, lo cual tendrá como corolario la avidez de libertad de la mujer (de la hija), portadora de una mentalidad abierta y propicia para la rebelión femenina.
La literatura y la gran urbe se erigirán en proyecciones de esa otredad liberadora que habría de manumitir a la mujer de su estado de postración ante el varón. Pero en la praxis surgirá a menudo el permanente conflicto entre deseo y verdad –entre romanticismo y realidad- que irá truncando las esperanzas de las diversas protagonistas, quienes se toparán con el muro bien cimentado de la obstinación familiar, del permanente celo de las convenciones sociales (aun cuando estas, como a veces reconoce el padre, no atiendan a la razón), de la absurda y permanente negación de lo desconocido (concebido como necesariamente pecaminoso) y de toda concepción de la vida femenina que pudiera convertir a la mujer en piedra de escándalo, aunque fuera por motivaciones ridículamente pacatas.
De gran relevancia en la trama de las obras es la figura del padre oponente (carente de maldad pero cegado en su obsesión de mantener el esquema social y familiar dominante), que será el icono de la frustración femenina. Los padres de las diferentes protagonistas serán presentados como seres ayunos de sensibilidad, excesivamente pragmáticos, tradicionalistas y restrictivos, de poca liberalidad y socialmente elitistas. Junto a esta figura, será también de gran importancia la del varón amante -libertino impenitente- cuya ausencia de escrúpulos, materialismo y mezquino interés crematístico, amén de una insultante hipocresía, harán crecer ante el lector la evidencia del contraste entre la verdad humana de la mujer y la poca autenticidad que, en la doble vertiente (bondadosa y maliciosa) del padre y el amante, representa el varón.
Esta verdad o trascendencia última de la mujer hallará reflejo en su interés por toda manifestación del espíritu humano, en contraposición al varón. Así, las protagonistas mostrarán una inclinación natural hacia todos los modos de expresión artística (primando siempre el factor emocional o suprarracional sobre cualquier otro), transmitirán al lector su gran capacidad de empatía para con los sufrientes y un anhelo de trascendencia religiosa expresada con frecuencia a lo largo de las obras, e incluso deformada de manera ocasional en una actitud negativa hacia la vida terrena, tras la experiencia del fracaso.
Esta sensibilidad general también se desfigurará en no pocas ocasiones hacia un sentimentalismo cursi en la mujer protagonista, impostado a menudo por algunos de los amantes, y generalizado en la voz narrativa –a veces de un patetismo efectista–, que toma como propia esta inclinación estética tan próxima a la burguesía, como hemos analizado a lo largo del trabajo. Se trata, pues, de una tendencia que el narrador absorbe desde sus voces femeninas, en colisión con la racionalidad asentimental de los personajes varones, proyectando así el gusto de las lectoras modelo de este tipo de literatura.

Los personajes.
Es frecuente encontrar en las novelitas de quiosco algunos personajes que, si bien no responden en absoluto a la tipología del personaje plano, sí que vienen a representar un estereotipo o modelo social muy evidente. Es el caso de los relatos que nos ocupan, en los que siempre observamos a las claras la presencia de un personaje protagonista o principal enfrentado a los esquemas mentales de un antagonista, su padre (el varón dominante). Sobre esta sencilla base pivotan estas narraciones, si bien en todos los casos irán apareciendo otros personajes, de mayor o menor relevancia, entre los que, de manera lógica, descuella el amante de la mujer. Si volvemos la vista a algunas de las teorías narratológicas, convendremos que no es complicado encasillar a las protagonistas en el andamiaje conceptual que sobre los personajes narrativos han ido urdiendo. Veamos:
La figura del héroe la representarían las protagonistas femeninas, luchadoras insaciables en pos de la libertad que anhelan, quienes vendrían a ser lo que Propp denomina fuerza temática orientada o Greimas, sencillamente, sujeto. El bien amado o deseado lo representan los amantes o pretendientes, si bien en algunos casos estos se revelan como falso héroe o traidor y, por tanto, en oponente. Podríamos incluso pensar que la misma idea de libertad podría erigirse, en todas las novelitas, en personaje conceptual.
Centrándonos en los personajes citados, aludiremos a cómo Ortiz de Pinedo decide ir moldeándolos en virtud de su origen, lenguaje, personalidad, situación social, ideología y, en definitiva, comportamiento, como actantes que son del relato. En este sentido, resulta evidente el origen acomodado de la familia de las protagonistas en contraposición con los de sus amantes. Esto tendrá también implicaciones ideológicas que supondrán de nuevo trabas en la relación amorosa, y no por ellas, quienes parecen mantenerse al margen de la política, sino por sus padres. De esta manera, por medio de los personajes principales, se esboza levemente una pintura de la situación sociopolítica que se venía forjando en España durante los años del bipartidismo restauracionista, con el auge de movimientos proletarios que estallarían con posterioridad.

No se aprecia en ninguna de las novelitas un lenguaje excesivamente disonante entre personajes, más bien unificado, incluso en el caso del relato La novelera, si bien Candelas, la protagonista, presenta muestras de relajación lingüística que no podemos calificar de muy significativos. En las otras obras, desde un punto de vista diafásico y diastrático, los agonistas (mujer protagonista y padre represor) suelen interactuar empleando eminentemente el nivel formal de la lengua, en el primer caso, y el nivel común-culto en el segundo. En dicho nivel culto habríamos de incluir esa vuelta de tuerca que supone el empleo de un lenguaje almibarado o redicho. En cualquier caso, la correspondencia entre lenguaje y situación es evidente.
Para la caracterización de los personajes, en las cuatro obras se alternan el diálogo, predominante junto a la narración de los hechos y las descripciones (etopeya y prosopografía), el ejercicio narrativo omnisciente y, en ocasiones, el monólogo interior, con frecuencia en la voz del narrador por medio del estilo indirecto libre.
El monólogo introspectivo irá forjando un cauce por el que fluyan los pensamientos y la conciencia de las protagonistas y de sus padres, recurso gracias al cual el lector va a ir construyendo mentalmente y de manera progresiva esas ideaciones que son los personajes, forjados en una sucesión de secuencias en las que sus posturas antagónicas se van definiendo de manera cada vez más nítida ante el lector. Por consiguiente, la función de los personajes principales dentro de cada relato queda perfectamente definida en su relación con los demás (oposiciones binarias, principalmente) y con la acción (tema) de la búsqueda de la libertad y de la verdad de la vida. El resto no pasa de ser un conjunto de personajes menores o meramente accidentales, formando parte de escenas que podríamos denominar de situación, en las que en nada se profundiza, frente a las escenas de personaje, donde hay cabida para una mayor perforación en la conciencia de los mismos, y que tiene como epicentros a los tres antedichos.

Narrador y narración. Espacio y tiempo.
En todas las novelas aparece la figura de un narrador heterodiegético omnisciente en tercera persona que elabora un discurso principalmente referencial (narración objetiva de hechos), aunque en ocasiones descriptivo, valorativo y también universal (en tanto que extrapolable a una generalidad conceptual).
Las acciones se nos van presentando de acuerdo con un esquema de composición lógica, esto es, siguiendo un orden cronológico o causal, y pivotando alrededor de un conflicto de fuerzas muy evidente¬. Este conflicto de fuerzas suele comenzar habitando exclusivamente un ámbito externo, el de la vida social, más superfluo, aunque paulatinamente podrá ir virando hacia un trance de marcada interioridad, que llegará incluso hasta el tormento espiritual.
El tiempo del discurso es claramente menor al tiempo de la historia. Para ello, Ortiz de Pinedo se sirve de recursos o movimientos narrativos como el resumen o las elipsis varias que provocan saltos en el tiempo, aunque no es menos cierto que las descripciones puedan ralentizar el tempo de las narraciones, que sin embargo podemos calificar de ágil en todos los casos, como corresponde a su género. En las diversas escenas dialogadas (discurso directo o dramático) y en algunos párrafos narrativos, el tiempo del discurso y el de la historia se igualan, como también sucede en otras ocasiones en las que la protagonista principal o (anti)heroína, realiza un sumario progresivo, adelantando en su mente la felicidad que le supondrá esa nueva vida que la libre de sus ataduras.
El espacio de las novelitas es diverso, en ocasiones abierto (paseos por Madrid e incluso París, símbolo de la libertad) y en otras cerrado, preferentemente urbano (la protagonista ha huido del pueblo a la búsqueda del cosmopolitismo) y realista, aunque las tres heroínas lo cubran con una pátina de fantasía y ensoñación.
El movimiento argumental se articula desde un punto de partida (el estado de desesperación de la protagonista) para llegar al momento culminante de toda la acción (su fracaso). Ambos instantes son, por tanto, términos del movimiento argumental, que actúan como costuras de una herida o como jambas abrazando toda la secuenciación de los relatos, que suceden en un espacio y tiempo concreto y variado. Espacio y tiempo son, por consiguiente, los centros organizadores, temáticos, de los principales acontecimientos argumentales de las cuatro narraciones, a las que llenan de vida. Porque todos los elementos abstractos de las novelas sólo adquieren cuerpo de realidad a través de la concreción de un tiempo y un espacio determinados y muy claramente delimitados en estas obras. Los espacios interiores descritos son un boceto del sofocante hogar burgués, por la morosidad descriptiva general y, en concreto, la de objetos provistos de una especial fuerza evocadora de lujos y exotismos diversos. El lector medio podía así penetrar y recorrer con su mirada los lujosos y espaciosos hogares de las clases medias-altas y altas, lo cual nunca ha estado exento de cierta —y acaso insana— curiosidad.
La descripción demorada que apreciamos en estas novelitas coadyuvarán a la definición de las protagonistas y de otros personajes relevantes, en tanto que no son sino metáforas de estos, bosquejando así los retratos principales también mediante el recurso de la descriptio.
Cabe mencionar la repetición de personajes que se observa en dos de estas novelas (Eva Curiosa y La aventurera de los sueños), hecho que no impide la autonomía absoluta de ambas obras. Es este un recurso de cierta habitualidad en las narraciones de quiosco de la época —destacaron los casos de Antonio de Hoyos y Álvaro de Retama—, planteándose estas reiteraciones a modo de sencillo engarce diegético entre relatos, formando un continuum.

Tras meses de investigación y lecturas de y sobre José Ortiz de Pinedo hemos de llegar a una conclusión que bien podríamos resumir con el sintagma éxito editorial. Sin embargo, a la hora de realizar nuestro análisis, no sería justo detenernos en un estadio meramente social, porque Ortiz de Pinedo fue, desde el punto de vista literario, un buen escritor.
Probablemente, no estemos hablando de un grandísimo hallazgo artístico ni de un prosista sensacional o dotado de unas virtudes incomparables, pero el cuerpo de su prosa resulta de una solidez notable y su dominio de las diversas estructuras textuales es evidente. Un escritor muy correcto o, si se quiere, un solvente arquitecto del idioma, buen narrador de historias.
En definitiva, José Ortiz de Pinedo consiguió recrear en sus novelitas, con indudables aciertos —y, en ocasiones, no escasa valentía— los conflictos sociofamiliares a los que se tuvo que enfrentar la mujer de la época, y lo hizo con una prosa sólida y de notable presencia, lo cual es, creemos, motivo suficiente para rescatar del olvido la narrativa de un jaenés casual que encontró la fortuna en la capital del Reino.

Muchas gracias.

Joaquín María Cruz Quintás 



Retazos de fraseología y léxico jaenés (XXI)

-Saquito: Vocablo hoy en casi completo desuso, fue muy habitual hasta hace unas décadas. Con la voz saquito se designaba en Jaén, y lo siguen haciendo las personas mayores, a la prenda que ahora denominamos con el anglicismo jersey: “Cuchi qué saquito más bonico he encontrado para ti en el mercadillo.” Incluso está presente en el título de una obra narrativa de Emilio Luis Lara López ambientada en la capital giennense, Una ciudad de saquito que oía a Bach, publicada por la Diputación Provincial.

- Lumbre(s): La voz lumbre adquiere en Jaén una particularidad muy de la tierra, en tanto que se vuelve sustantivo contable y se pluraliza cuando enero alcanza su ecuador, en las fiestas dedicadas al patrón de los animales, San Antonio Abad (San Antón). En la fiesta de las lumbres de San Antón, que recuerdan la tradición agroganadera de la ciudad, se prenden numerosas hogueras alrededor de las cuales el mocerío danza al son de los melenchones, el baile más castizo de Jaén, mientras los vecinos se indigestan de rosetas, cumpliendo así con la costumbre.

Joaquín María Cruz Quintás 

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