La mera posibilidad de contemplar la caída, en el intervalo de apenas una semana, de los dos líderes más estrambóticos de Europa en las últimas décadas debería despertar nuestras esperanzas: Por la derecha, el uno. Por la izquierda, el otro. Y cada uno con sus diferencias abisales. Con sus miserias divergentes y hasta contrarias; pero miserias, al cabo . Berlusconi y Zapatero han representado como nadie en los últimos años el espectáculo trágico de la decadencia de Europa. De la sociedad occidental.
¿Quién encumbró a semejantes sujetos al timón de sus naves? ¿Quiénes fueron los responsables de tal irresponsabilidad histórica? Poco importa eso ahora. Poco importa que el sufragio de una mayoría de ciudadanos confiara de manera reincidente en quienes habían demostrado con anterioridad su incapacidad o su indecencia, su injusticia o su incultura rampante, su chulería o su atrevimiento lego. Importa poco, aunque sea mucho lo que revela. La idea del dêmos ateniense como garante de la buena gobernanza se desmorona. El pueblo, sumido en la ataraxia del bienestar elevado a la categoría de dios, narcotizado por los sedantes que les suministra el poder, relativista y perezoso como un enfermo terminal en coma, les regaló el poder a los mediocres y a los analfabetos, a los iluminados y a los envidiosos, a los mentirosos y a los soberbios. A los sordos. Y despreció la excelencia. Y prefirió la apariencia y el buenismo frente al espíritu y la idea. La codicia, que no el sistema, hizo el resto.
Fueron los pecados capitales. No el capitalismo.
Joaquín María Cruz Quintás.