JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

El triunfo de Rousseau o la pandemia del buenismo


Esta semana he tenido la oportunidad de acompañar a unos alumnos en una excursión al yacimiento de Alarcos, en Ciudad Real. Una vista del máximo interés de la que me quedo, no obstante, con una afirmación de la muchacha que nos hacía de guía por el recinto, a propósito de un intercambio de impresiones con unos alumnos: Yo soy proislámica, en realidad. No es cierto que las mujeres estuvieran peor en el mundo islámico; de hecho, el islam es seis siglos posterior al cristianismo, es más moderno. Incluso en España, hace poco, la situación era similar para la mujer… Hay que dejar que cada cultura vaya evolucionando por su cuenta. Afirmaciones de las que se infiere el aplastante triunfo –y su epidemia- de ese buenismo antirracional que Rousseau propugnó con su aserto sobre la bondad natural del ser humano, bien embadurnado en este caso con una pomada romanticona de paraísos perdidos que ni Milton y Américo Castro juntos en una noche de parranda.

La negación del rigor y la razón -asunto que ya hemos tratado en artículos anteriores- es la premisa imprescindible que propicia esta mezcolanza de utopía, fantasía, falsificación y odio. Odio al cristianismo y a todo lo que represente la civilización occidental; esto es, a la cultura opresora del buen salvaje, a la cultura que convirtió en polvo -como en una cuaresma de siglos, Cides y pendones- una Edad de Oro cuyo Saturno calzaba babuchas.

Porque no me negarán ustedes que la nueva religión llegó a la Península para modernizar un poco la reaccionaria concepción que el cristianismo tenía de la mujer, a la que le había extirpado la buena vida de que gozaba en tiempos de los romanos y, antes, de los griegos. Porque, hombre, eso de que la mujer fuera considerada res (cosa) en época romana (que era el trato que recibían los extranjeros y los esclavos) y que, con la llegada de la Fe cristiana, la mujer fuera reconocida en toda su dignidad humana de hija de Dios (y no como una cosa o propiedad) no es tampoco un dato demasiado significativo. Que el número de conversiones de mujeres al cristianismo se produjera en una proporción muchísimo mayor que el de los hombres, también es un dato baladí. Y que el infanticidio fuera especialmente frecuente y virulento en Roma con niños enfermos y con las criaturas de sexo femenino -hecho que, como resulta evidente, no se daba en las comunidades cristinas- pues tampoco. Aunque, como ven, en este aspecto no existía entonces la paridad de que gozamos hoy.

Y hete aquí que desembarcó en Al-Andalus la muy avanzada civilización para sustituir el trasnochado (¡tenía ya siete siglos la frasecita!) amarás a tu prójimo como a ti mismo por el revolucionario aserto de que el testimonio de la mujer vale la mitad que el del varón o por la modernísima exhortación: ¡Amonestad a aquéllas de quienes tengáis temor de que se os puedan rebelar, dejadlas solas en el lecho, y pegadles! Si os obedecen, no os metáis más con ellas. Alá es excelso, grande.

Y de notable tamaño también, las empanadas mentales de nuestro tiempo.
Joaquín María Cruz Quintás

Retazos de fraseología y léxico jaenés (XI)

- Chacolín: Este es el término jaenés para designar a las marionetas de teatrillo. Escribe Muñoz Molina: En Granada a los títeres de cachiporra les llaman cristobicas; en mi tierra de Jaén les llamábamos chacolines. Se corría por nuestro barrio la voz de que en el corral o en el zaguán de alguna casa iban a hacer chacolines y aquellos niños antiguos que casi nunca habíamos visto un televisor nos congregábamos sentados en el suelo para dejarnos hechizar por un pobre teatrillo que otros niños habían improvisado para ganarse unas pocas monedas pero sobre todo por el gusto de jugar, por la atracción primitiva de los títeres que parecen poseer vida propia aunque se vea que una mano los mueve y hablar con voces impostadas y darse rígidos mamporros.

- ¡La Virgen, nene!: Interjección de matiz religioso y muy abundante uso en Jaén, siendo acaso la más popular de todas.

- ¡La Vística!: No está muy claro cuál es la consonante implosiva de la primera sílaba de esta interjección frecuentísima en Jaén (Vírtica, Vística, …), utilizada a menudo con el objetivo de no mencionar los nombres sagrados en vano (¡La Virgen, nene!). Sin embargo, parece ser que su génesis es tan piadosa como jaenesa, en tanto que vendría a ser la contracción y deformación fónica de ¡La Virgen de Tíscar!, patrona del pueblo Quesada, en la sierra de Cazorla, y cuya fiesta y romería se celebra el primer fin de semana de septiembre.

Joaquín María Cruz Quintás

Pensar en tiempos revueltos

Extinguido el NO-DO -aquel panfletillo audiovisual del que el Régimen de don Claudio se servía para mantener a los españoles tan bien (des)informados- el nuevo despotismo, travestido de democrático, viene sirviéndose de otras formas de manipulación que, dejando al antedicho panfleto a la altura del betún, han conseguido trasmutar la presunta mayoría ciudadana en un verdadero rebaño de ovejas, que, ya se sabe, se alimentan en el pesebre.

Las formas de mentira a las que me refiero son fundamentalmente dos: la ficción y el humor.

La manipulación política y social siempre ha tenido en los espacios informativos (y lo sigue teniendo) su hábitat natural. Pero es cierto que este tipo de manipulación es, acaso, más fácilmente criticable, fundamentalmente si el receptor ha contrastado la noticia con otros medios (para lo cual sería necesario que no todos los medios estuvieran al servicio del poder). La manipulación por la ficción es más escurridiza y certera, en tanto que con muchísima frecuencia apela a la sentimentalidad para adoctrinar política o socialmente al espectador. La ficción alberga un componente de moralidad que penetra, no por la cabeza (la razón) del televidente, sino por el corazón, alma o como quiera llamársele, por lo que su huella es casi indeleble. Y este sencillo mecanismo es medio para falsificar la Historia o la realidad social, elaborando argumentos de un maniqueísmo párvulo, abusando de los estereotipos y de las ridiculizaciones burdas o creando personajes que más parecen propios de un auto alegórico del siglo XVII.

La abundancia de shows y programas de humor en horario de máxima audiencia en las cadenas privadas más cercanas al poder o más lacayunas no es un dato baladí. No lo es en tanto que estos programas suelen estar atiborrados de puyitas sociológicas o ideológicas en forma de aserto humorístico que provoca inmediatamente la carcajada y, en consecuencia, impide la réplica razonada. Son dardos que van destilando su ponzoñita en el espectador, quien va asumiendo unos determinados clichés -ayunos de debate- a los que vincula con un momento agradable. La carcajada asfixia a la razón. Y ni siquiera cuando un invitado de cualquier estamento social se siente ofendido por la gracia de turno –que, por otra parte, se profiere con frecuencia a costa de la dignidad de una persona ausente- es capaz de contravenir las afirmaciones vertidas. En primer lugar, porque no quiere hacer el papel de aguafiestas en un programa de humor. En segundo, porque se siente diminuto frente a la formidable y ruidosa maquinaria estética del show. La imagen es el núcleo sobre el que pivota toda esta gran estructura audiovisual. La naturaleza estética de la televisión es una forma de producir ideología.

Frente a esto, ¿qué nos queda? El cultivo del espíritu crítico, de la capacidad de discernimiento, pertenece al ámbito educativo. Pero de este edificio, cuyos cimientos han sido dinamitados y sustituidos por cubetas de arcilla, quizá sólo permanezca la onerosa certeza de su ruina.
Joaquín María Cruz Quintás

Retazos de fraseología y léxico jaenés (X)

- Embarcar: Este verbo es empleado por los zagales y chaveas giennenses con un sentido muy peculiar y específico. Si el DRAE define esta entada, en su primera acepción, como “Introducir personas, mercancías, etc., en una embarcación, tren o avión”, los chiquillos de la tierra la emplean con el muy concreto significado de encaramar una pelota de un balonazo a lo alto de un árbol, tapia, valla, etc: “Ya ha embarcado el balón, el tío cipote”

- Cipote: Del latino cippus (poste o mojón situado en los caminos y carreteras) procede este vocablo con el cual se suele designar, de manera un tanto exagerada, al aparato reproductor masculino, en su parte dilatable (por otro nombre pene). No debe de estar bien considerada la habilidad del citado miembro, porque el término se emplea muy a menudo en Jaén para designar al varón estulto, tontucio o de poca clarividencia. La acepción la recoge el DRAE, pero la peculiaridad del mismo en Jaén reside en la frecuencia de su uso.

Joaquín María Cruz Quintás

Horizonte

Camino junto a los campos de Baeza entre versos –cómo no- de Machado, el hermano de don Manuel. Versos que permanecen cosidos en el altozano como cicatriz de una herida soriana que dora el cielo de Mágina, paseo de las murallas adelante. Desde allí diviso Jaén, y aquella montaña felina que impresionó a Dumas. 

Y Biêsa se descubre desde Giên, y Giên se descubre de Biêsa, escribe el moro Sheriff Aledris en 1153. Y un anónimo jaenés, o -por mejor decir- aurgitano (en árabe, al Gaiyani):

Adiós, Jaén, ciudad mía, adiós Jaén;
por ti disperso mis lágrimas 
como se dispersan las perlas.
No es cierto que yo quisiera separarme de ti
y, sin embargo, así lo ha decidido 
nuestra época cruel. 


La ciudad cuyo cuerpo es Cerbero duerme la lejanía de las brumas.


Joaquín María Cruz Quintás

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