Hace unos días me topé en el televisor con la reinvención de la cadena de la Conferencia episcopal española, Popular TV. Había leído en prensa la noticia del cambio de nombre y de formato, y he de reconocer que mi primera reacción fue de estupor. “María-Visión… ¡Vaya, vaya!”
Verdaderamente siempre consideré un logro no exento de virtudes épicas poder disminuir la calidad de la programación de aquella cadena generalista, habitualmente cursi, ayuna de intuición estética, rancia en su ausencia de innovación y dinamismo y, desde el punto de vista intelectual, más bien pobre. En definitiva, Popular TV siempre me pareció un canal rayano en el ridículo y esencialmente desfasado. Pero lo de la coletilla de “Maria-Visión” y el hecho de haber convertido su parrilla en un contenedor lleno de abuelas rezando el rosario la ha convertido definitivamente en una televisión de carcajada y golpes en la mesa.
Realmente desconozco si lo de “María” se refiere al tipo de estupefaciente del que seguramente se atiborre a menudo el autor de tal proyecto, o bien sea el nombre de la muchachita —pava y pija a manos llenas— que el otro día presentaba un programa en la sobremesa sobre cómo debíamos ir vestidos a la comunión de nuestra sobrina, incluyendo detalles sobre posibles combinaciones. Mi mujer y yo —en silencio y con los ojos como platos, iniciando levemente una sonrisa— nos miramos con incredulidad. Y callamos, sin encontrar en nuestro vocabulario nada adecuado para nombrar aquella realidad.
Si no fuera pecado, posiblemente al autor de tal aberración televisiva (vergüenza para los católicos españoles) habría que darle su merecido. Aunque fuera a modo de pellizco de monja.
Joaquín María Cruz Quintás