JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Es mentira (III)


“Cataluña fue conquistada por España en 1714”

Es una mentira burda, aunque no por ello menos repetida por muchos nacionalistas catalanes, sobre la que acostumbran legitimar su vindicación de la independencia.

Los hechos hay que situarlos en la Guerra de Sucesión española (y  no de “Secesión” catalana), que se origina con la muerte sin descendencia del último rey de la Casa de Austria, Carlos II. Como es sabido, estos sucesos desembocaron en la llegada del primer Borbón a la corona española, dinastía que ha permanecido hasta hoy con las excepciones del breve reinado de Amadeo de Saboya, los dos períodos republicanos y la dictadura franquista.

Sin embargo, no todos los territorios del Reino de España se mostraron partidarios de los Borbones. Es el caso, entre otros muchos, de Cataluña, muy firme defensora de la causa austracista y de su continuidad en la corona española. Esta resistencia provocó que las tropas borbónicas conquistaran Barcelona en el año antedicho, pero de ningún modo se trató de la conquista de un Estado sobre otro, o de una nación sobre otra, sino de un hecho bélico únicamente entendible en el marco de una Guerra Civil entre españoles divididos en dos bandos.

Afirmar lo contrario es fantasear. Hacerlo  con la intención de manipular la objetividad de los hechos para obtener réditos políticos, envolviéndolo todo en el papel celofán del sentimentalismo, pertenece al ámbito de la indecencia.



Joaquín María Cruz Quintás

Toros y pedagogía


Se cuenta que cuando a Pérez de Ayala le argumentaron contra la tauromaquia la presunta crueldad de esta, él respondió con sorna: “Lleva usted razón, si yo fuera presidente del gobierno suprimiría las corridas de toros, pero como afortunadamente no lo soy, pues no me pierdo ni una”.  

Es evidente que en los últimos años viene germinando una corriente ideológica o aproximadamente sentimental que censura la tauromaquia como bárbaro ejercicio de maltrato animal. Creo que es una postura entendible --al igual que puede serlo defender a alguien que se dedique a asaltar supermercados para entregar su mercancía a quienes lo puedan necesitar-- pero también creo que únicamente es defendible desde una perspectiva superficial o tomando como base un esquematismo demasiado burdo o adolescente.

No tengo a García Lorca por un ser excesivamente abestiado, ni a Gerardo Diego por un morboso sanguinolento, ni a Ortega y Gasset por un primate. Tampoco creo que Picasso, Alberti o Hemingway tengan opciones reales de representar el eslabón perdido de la evolución darviniana. Y sin embargo todos ellos fueron devotos fervorosos de la poesía de los toros, al que consideraban arte culto y superior. Federico llegó a afirmar que “el toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica”. Y creo que esa es la clave maestra. Una pedagogía que podríamos denominar “del sentimentalismo”. Aquella que sitúa la ausencia absoluta de dolor como único suelo donde puede asentarse la dignidad. Por tanto, si la tauromaquia hace sufrir al toro, habría que prohibirla. Pero tendríamos que extrapolar esta reflexión, para mantener la coherencia, al plano general y universal. Y sería entonces cuando nos percataríamos de la invalidez de este supuesto axioma. De sus pies de barro.

Los rescoldos de la polémica se han renovado estos días con el regreso de las corridas de toros a Televisión Española. Argumentan los antitaurinos (o los contrarios a las corridas de toros) que no es admisible la emisión en horario infantil de secuencias en las que aparezca un animal sufriendo. Si hiciéramos el mismo ejercicio anterior, acudirían a nuestra mente millones de escenas similares que nos han ayudado a conciliar el sueño a la hora sagrada de la siesta. Argumento falso e interesado, por tanto.

En cualquier caso, sería bueno intentar conciliar los gustos de taurófilos y taurófobos. A mí se me ocurre que por cada tarde que haya corrida en TVE se programe otra tarde sin toros. Y por cada tarde sin toros, una con corrida. Sí, no, sí, no. Y así sucesivamente…

Joaquín María Cruz Quintás

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