Se cuenta que cuando a Pérez de Ayala le argumentaron contra
la tauromaquia la presunta crueldad de esta, él respondió con sorna: “Lleva
usted razón, si yo fuera presidente del gobierno suprimiría las corridas de
toros, pero como afortunadamente no lo soy, pues no me pierdo ni una”.
Es evidente que en los últimos años viene germinando una
corriente ideológica o aproximadamente sentimental que censura la tauromaquia
como bárbaro ejercicio de maltrato animal. Creo que es una postura entendible
--al igual que puede serlo defender a alguien que se dedique a asaltar
supermercados para entregar su mercancía a quienes lo puedan necesitar-- pero
también creo que únicamente es defendible desde una perspectiva superficial o
tomando como base un esquematismo demasiado burdo o adolescente.
No tengo a García Lorca por un ser excesivamente abestiado,
ni a Gerardo Diego por un morboso sanguinolento, ni a Ortega y Gasset por un
primate. Tampoco creo que Picasso, Alberti o Hemingway tengan opciones reales
de representar el eslabón perdido de la evolución darviniana. Y sin embargo
todos ellos fueron devotos fervorosos de la poesía de los toros, al que
consideraban arte culto y superior. Federico llegó a afirmar que “el toreo es
probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente
desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa
educación pedagógica”. Y creo que esa es la clave maestra. Una pedagogía que
podríamos denominar “del sentimentalismo”. Aquella que sitúa la ausencia absoluta
de dolor como único suelo donde puede asentarse la dignidad. Por tanto, si la
tauromaquia hace sufrir al toro, habría que prohibirla. Pero tendríamos que
extrapolar esta reflexión, para mantener la coherencia, al plano general y
universal. Y sería entonces cuando nos percataríamos de la invalidez de este supuesto
axioma. De sus pies de barro.
Los rescoldos de la polémica se han renovado estos días con
el regreso de las corridas de toros a Televisión Española. Argumentan los
antitaurinos (o los contrarios a las corridas de toros) que no es admisible la
emisión en horario infantil de secuencias en las que aparezca un animal
sufriendo. Si hiciéramos el mismo ejercicio anterior, acudirían a nuestra mente
millones de escenas similares que nos han ayudado a conciliar el sueño a la
hora sagrada de la siesta. Argumento falso e interesado, por tanto.
En cualquier caso, sería bueno intentar conciliar los gustos
de taurófilos y taurófobos. A mí se me ocurre que por cada tarde que haya
corrida en TVE se programe otra tarde sin toros. Y por cada tarde sin toros,
una con corrida. Sí, no, sí, no. Y así sucesivamente…
Joaquín María Cruz Quintás