Los mandamases culturetas de la Junta de Andalucía y sus pajes jaencianos de pianística sonrisa andan últimamente muy ufanos porque las obras del futuro museo de arte ibérico (ellos escribirían, al estilo anglosajón, Museo de Arte Ibérico) han alcanzado el 30% de su hechura. Incluso la alcaldesa de la ciudad –a quien sin duda prefiero frente a esa alegoría de populismo y pueril irracionalidad que representa el Pepé capitalino—se ha atrevido a afirmar con solemne melodía de trompetas que esto viene a demostrar la “apuesta tan contundente por Jaén” que tiene la Junta. Semejante aserto, que podría formar parte de una compilación de ironías históricas candidata al premio “Guinness”, adquiere por añadidura un poso de perversidad al haber sido pronunciado durante la visita de las obras de una de las mayores estafas recientes a los ciudadanos giennenses.
Porque para la construcción del museo ibérico de Jaén se convocó un concurso, presidido por don Rafael Moneo, en el que se valorarían los proyectos que conservaran al menos parte del antiguo presidio de la ciudad. Hubo trabajos desechados por el hecho de no contemplar este posibilidad, y finalmente se alzó vencedor un ilusionante proyecto presentado por los arquitectos Álvaro Soto Aguirre y Javier Maroto Ramos, del estudio madrileño Solid arquitectura.
Pero hete aquí que, durante las obras faraónicas del aparcamiento y paso subterráneo contiguos, los muros de la cárcel antigua se fueron agrietando y acabó resultando imposible su mantenimiento. Los vestigios del antiguo edificio ya no estaban en pie, y habría que preguntarse si hubiera resultado vencedor otro proyecto de los que contemplaban el derrumbe del viejo edificio.
Sin embargo, el despropósito inicial terminaría tornándose en humillación (en la Junta dirían vejación, con paga incluida) hacia la ciudad cuando se anunció a los arquitectos que su trabajo era demasiado gravoso para las arcas de una administración que se dedica a despilfarrar de manera sistemática y muy bien organizada, por lo que el definitivo se adjudicaría mediante un procedimiento muy acorde con la era “digital” que vive esta Andalucía de la quincuagésima segunda modernización: esto es, “a dedo”. Más en concreto, a un estudio de arquitectura muy vinculado con la administración autonómica, pero de talento visiblemente inferior al del legítimo ganador del concurso.
Así que estos son los trazos gruesos de la historia de un museo del que presumen estos caudillotes andalusíes, señores vitalicios de un régimen cuya vida se prolonga ya por varias décadas.
¡De lo que se entera uno, ¿verdad, usted?!
Proyecto vencedor en el concurso
Proyecto elegido definitivamente
Joaquín María Cruz Quintás