JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

El síndrome de Homero


El ubetense Salvador Compán, en su ensayo Jaén, la frontera insomne, nos hablaba del síndrome de Homero, azote de todo ciudadano jaenés. ¿En qué consiste semejante síntoma malicioso? El gran poeta (¿o eran varios?) griego, tras perder la luz de los ojos, perderá también la posibilidad de espigar el cultivo de su ingenio, las palabras que él mismo había escrito con sus manos unos años antes. Homero será incapaz de admirar su propia obra, de medir la rotunda plenitud de sus versos, de conturbar su ánimo en el desciframiento del hexámetro dactílico. Necesitará de otros que le lean sus obras, que arrojen ante sus ojos secos y cosidos por el morbo los ritmos imperecederos de su épica, el vigor heroico o la fidelidad sin quebranto de sus personajes. Homero será ya incapaz por sí solo de penetrar su propio arte literario.

Algo así nos ocurre a los de Jaén. Siempre nos ha pasado. Necesitamos que alguien ajeno, forastero, nos descubra nuestras bellezas para poder admirarlas. Y me ha venido a la memoria esta tesis al pensar en la remodelación integral que se va a realizar en los jardines de la Alameda.

Recuerdo una excursión urbana realizada en el colegio a aquella zona, en los años ochenta, cuando la Alameda no era sino una escombrera de jeringuillas (las veíamos abandonadas sobre la hierba) y jeringueros (también los veíamos, con el brazo casi estrangulado por una cinta de tela opresora, junto al campo hípico). El jardín más antiguo de la ciudad se encontraba en un estado de postración absoluta, desmemoriado de paseos familiares y de conventos y ermitas derruidas, vaciado de su primitiva belleza, olvidado sucesivamente por políticos sin sensibilidad ni cultura.

La Alameda fue diseñada a finales del siglo XVI, en 1595, en unos años en los que el Concejo jaenés se mostraba novedosamente interesado en dotar a la ciudad de espacios urbanos donde la estética fuera el valor prevalente. La ideal ubicación de los jardines permitían no sólo disfrutar de los mismos (se plantaron numerosos álamos por aquellos años) sino también de las edénicas vistas que proporcionan los pagos del sur de la ciudad: Peñas de Castro, Zumeles, Cerro del Castillo, La Mella y, como queriendo arrasarlo todo con su soberbia, el monte gigantesco que los moros llamaron Cuz (Jabalcuz). A su abrigo, las obras inconclusas de una catedral cuyas naves llegarían a alcanzar la perfección absoluta unas décadas más tarde.

En 1621 se erige allí el convento de Capuchinos, desaparecido hace muchos años, y que dio nombre al lugar de manera muy eufónica: Alameda de Capuchinos. Durante el franquismo y hasta hoy, Alameda de Calvo Sotelo. Afortunadamente, ahora se vuelve a recuperar su denominación histórica. Por allí también estuvo el convento de Jerónimos y, desde 1625, el de las Franciscanas, conocidas popularmente como Las Bernardas, por haber sido favorecidas por el que fue obispo giennense don Bernardo de Sandoval y Rojas. Igualmente, existió una ermita dedicada a San Cristóbal en la que se veneraba una imagen de la Virgen de la Cabeza, y en cuya romería, para escándalo de las buenas costumbres, se hacía un uso non sancto de las geografías de la carne, en una simbiosis paradójica y, por ende, muy barroca, con el anhelo espiritual. Una interpretación acaso excesivamente libertina del Et verbum caro factum est, que obligó a las autoridades a intentar supervisar aquellas fruiciones venéreas de los giennenses del siglo XVII.

Esperemos que la remodelación (¿sabrán los urbanistas que van a intervenir en un espacio del XVI?) sea satisfactoria.

Joaquín María Cruz Quintás

Nuevo nombre para el blog

Desde hoy, el blog tiene nuevo nombre. O, para ser más exactos, desde hoy tiene nombre.

Contra-dicciones (dicciones, palabras, a la contra). Para seguir remando río arriba.

Retazos de freseología y léxico jaenés (XX)

Pejiguera: En Jaén se emplea esta voz, con cierta frecuencia, para aludir a la persona que, careciendo del sentido de la medida, se muestra excesivamente cansina en sus manifestaciones externas o en sus relaciones con los demás, ya sea puntual o habitualmente: La Vística, nene, qué tío más pejiguera,… vete a darte un paseíco, anda. En puridad, la pejiguera o duraznillo es un tipo de hierba (yerbajo) habitual en las riberas de arroyos y ríos, cuyas flores son espigadas, por lo que la molestia para quien las roza con su pierna es evidente.

Apollargado: De la misma familia léxica que polla, apollargado es un término cuya frecuencia de uso en el habla popular de Jaén es muy alta. Se utiliza para referirse a quien no parece muy avispado, a quien da la impresión de ser estulto o cipotón. En la vecina Granada, de manera curiosa, existe una variación en apollardado. Por supuesto, en la pronunciación de las dos voces se pierde siempre el fonema /d/ en posición intervocálica.

Joaquín María Cruz Quintás

La casi insólita sensatez de Muñoz Molina


El pasado miércoles tuve la suerte de poder acudir, en la vecina Úbeda, a la presentación de la última novela de Antonio Muñoz Molina, con presencia de su autor. Mientras aquel hombre menudo y con aspecto de opositor recién levantado, entre adánico y filosofal, hilvanaba un discurso preñado de coherencia y humanismo, mientras tejía aquella urdimbre de palabras y atinados conceptos como si de un tímido juglar se tratara, mientras nos enseñaba sin decírnoslo el modo de sacudirnos las babas del poder establecido, muchos de los allí presentes fuimos redescubriendo la honestidad intelectual del acaso mejor escritor de nuestras letras.

La noche de los tiempos, su nueva novela, está ambientada en los años de la II República española. Y de los hechos narrados en sus páginas, el lector podrá inferir la evidencia de muchos de los embustes que se nos vienen contando desde el mester de progresía, cuyos juglares son depositarios de otras actitudes menos virtuosas que las del autor jaenés.

Que la historia que nos cuentan en la tele –según la cual, Adán y Eva fueron expulsados de la II República- es una mera eyaculación mental carente en todo punto de base científica (esto es, histórica, y no exclusivamente memorialística) es un extremo que, para quien haya tenido acceso a la prensa y otras publicaciones de la época, carece de novedad. Sin embargo, escuchar la palabra mentira, aludiendo a los años 30, en boca de un republicano de izquierdas como Antonio Muñoz Molina es un hecho que otorga al pensamiento del novelista un extraordinario valor añadido. No es fácil abandonar el brasero del hogar progresista para ir a sacar la propia basura a la calle, porque huele y porque, fuera de las brasas, hace frío. Afirmaba Aristóteles: Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad. En este aserto está contenida toda una actitud intelectual que desprecia los ropajes hipócritas de lo que, sencillamente, no es.

Se afirma que la libertad es la capacidad humana para decir o no. Más bien, para decir no. Pero la idea, el concepto, de libertad está necesariamente imbricada con la de verdad, de modo que no hay una sin la otra, ni otra sin la una. Muñoz Molina, desde una izquierda escasa y reflexiva (que no desde la religión pogre, abundante y majadera por igual), se aleja de aquellos políticos irresponsables que llevaron a España al naufragio. No es el primer republicano en hacerlo: Gregorio Marañón, Ortega y Gasset y Pérez de Ayala, fervientes defensores del advenimiento de la II República, llegaron incluso a terminar justificando el Alzamiento. Es evidente que Muñoz Molina nunca cruzará ese umbral. Pero seguramente suscriba la trágica afirmación del último de ellos: Cuanto se diga de los desalmados mentecatos que engendraron y luego nutrieron a sus pechos nuestra gran tragedia, todo me parecerá poco. Lo que nunca pude concebir es que hubieran sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza.

Joaquín María Cruz Quintás 

Retazos de fraseología y léxico jaenés (XIX)

- Casquera: Derivado de la voz coloquial cascar (en su acepción de charlar) el término casquera se añade a la familia léxica de aquel en Jaén y otras regiones meridionales para sustantivar el verbo. Se utiliza para aludir al diálogo informal o de poca sustancia: ¡Vamos ya, con la casquera que me traéis! 

- Chuchurria: En Jaén es muy común, en el habla popular, el uso de la locución dar chuchurria, cuyo significado podríamos asimilar al de dar vergüenza (a menudo ajena) o dar pena (siempre que se trate de asuntos superficiales o exentos de gravedad, de manera equivalente al sentido que la mocedad actual suele dar, con inexactitud etimológica, al término patético): Ver a ese gachón en lo alto del escenario haciendo el cipote da chuchurria. La voz coloquial chuchurria formaría parte de la familia léxica de chuchurrido, palabra sí recogida en el DRAE y cuyo significado es el de marchito, ajado o agostado. En Jaén y en otras partes de Andalucía es habitual la variante popular de este vocablo, derivando en chuchumío.

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