JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Los personajes de las novelas de quiosco de José Ortiz de Pinedo (1880-1959)


       Si seguimos a Philippe Hamon, afirmaremos que el personaje literario puede definirse como una suerte de morfema migratorio y doblemente articulado, que se manifiesta por un significante discontinuo (las marcas del personaje que van apareciendo en el relato) que remite a lo que, utilizando terminología de Saussure, llamaríamos el valor del personaje, y que Hamon denomina significado discontinuo. Pero a estos asertos preliminares hemos de añadirle otra afirmación cardinal, como es la de que todo personaje se define por un conjunto de relaciones de semejanza e incluso de orden y jerarquía. Es en esta confrontación o paralelismo permanente donde el personaje va siendo delimitado de modo paulatino porque, en los textos narrativos (como son los que nos ocupan), el personaje no aparece en escena con una determinada etiqueta semántica o sambenito literario convencional, sino que se va forjando de modo progresivo, a imitación de la propia vida humana, con el objeto de presentarse ante el lector como un trasunto de realidad capacitado para la expresión de la misma, logrando así, en algunos casos, la identificación del lector con la historia del discurso que lee.

Por tanto, el personaje es siempre concebido como una unidad de significación (aunque sus marcas sean discontinuas en el tiempo del relato), unidad que se consigue al final de la narración debido al carácter acumulativo (y transformador) del personaje.

No hay que perder de vista, en cualquier caso, que los personajes no son personas de carne y hueso, sino elementos puramente textuales que operan como vehículos de transmisión (pero transmisión no meramente conceptual, sino expresiva en tanto que falsamente “carnal”). Por tanto, los personajes de estas novelitas vienen a ser representaciones, sí, pero representaciones subjetivas del autor, meras ideaciones, de lo que extraemos que lo verdaderamente relevante no es su valor histórico, sino su función en el relato en relación con los otros, la acción y los demás elementos narrativos. Veamos el valor de los mismos de Ortiz de Pinedo.

Es frecuente encontrar en las novelitas de quiosco algunos que, si bien no responden en absoluto a la tipología del personaje plano, sí que vienen a representar un estereotipo o modelo social muy evidente. Es el caso de los relatos que nos ocupan, en las que siempre observamos a las claras la presencia de un personaje protagonista o principal (Dora, Isabel de Guevara, Candelas) enfrentado a los esquemas mentales de un personaje antagonista, su padre (el varón dominante). Sobre esta sencilla base pivotan estas narraciones, si bien en todos los casos irán apareciendo otros personajes, de mayor o menor relevancia, entre los que, de manera lógica, descuella el amante de la mujer (Farfán, Julián Uría, Gregorio). Si volvemos la vista a algunas de las teorías de Propp, Souriau y Greimas, convendremos que no es complicado encasillar a los tres protagonistas (recordemos que Dora lo es en dos de las cuatro novelas) en el andamiaje conceptual que sobre los personajes narrativos han ido urdiendo. Veamos:

Propp
Souriau
Greimas
Fuerza temática orientada
Sujeto
Bien amado o deseado
Representante del Bien deseado, del valor orientado
Objeto
Donador o provedor
Árbitro atribuidor del Bien
Destinador
Mandador
Obtenedor virtual del Bien
Destinatario
Ayudante
Auxilio, reduplicación de una de las fuerzas
Ayudante
Villano o agresor
Oponente
Oponente
Traidor o falso héroe
***
Oponente

Siguiendo a Propp, la figura del héroe la representarían Dora, Candelas e Isabel de Guevara, luchadoras insaciables en pos de la libertad que anhelan, quienes vendrían a ser lo que Propp denomina fuerza temática orientada y Greimas, sencillamente, sujeto. El bien amado o deseado lo representa Farfán, Gregorio y Uría, si bien más tarde el primero (Eva Curiosa, La aventurera de los sueños) se revelará en falso héroe o traidor y, por tanto, en oponente (siguiendo a Greimas). Podríamos incluso pensar que la misma idea de libertad podría erigirse, en todas las novelitas, en personaje conceptual, pero eso, amén de una mistificación que no respetaría la noción esencial de personaje que hemos adoptado, sería introducirse en libros de caballerías.

Centrándonos en los personajes aludidos, aludiremos a cómo Pinedo decide ir moldeándolos en virtud de su origen, lenguaje, personalidad, situación social, ideología y, en definitiva, su comportamiento, como actantes que son del relato. En este sentido, resulta evidente el origen acomodado de la familia de Dora e Isabel de Guevara en contraposición con los de Farfán y Uría. Esto tendrá también implicaciones ideológicas que supondrán de nuevo trabas en la relación amorosa, y no por Dora o Isabel, quienes parecen mantenerse al margen de la política, sino por sus padres (Afirma don Benito, padre de Dora: “Lo más decoroso que puede hacer un antiguo republicano es declararse monárquico”. Y don Alfonso, el de Isabel de Guevara, asegura que bajo el nombre de su nuevo novio “Hay algo incompatible con tu posición social y aun con tu carácter. Julián Uría es uno de los elementos más peligrosos para el régimen, una pluma procaz que grita demasiado en todas partes. Es un hombre que puede acabar fusilado por comprometerse en cualquier intentona política”). De esta manera, por medio de los personajes principales se esboza levemente una pintura de la situación sociopolítica que se venía forjando en España durante los años del bipartidismo restauracionista, con el auge de movimientos proletarios que estallarían con posterioridad.

El lenguaje de los personajes —y, en ocasiones, de la voz narrativa—resulta interesante, aureolado por una patina de cursilería torrencial, especialmente en el caso de la mujer protagonista: verbigracia, en Eva Curiosa:

Esto es muy hermoso, papá, ensancha el alma…

Y sobre Campoamor, en la boca de la misma:

 Al corazón de todas supo asomarse y describió cuanto había dentro, por muy disimulado o escondido que estuviese... Dicen que gustaba de pasear por estas sendas del retiro, a caza de parejitas amorosas (…).

O Farfán, cuando intenta atraer a Dora la primera vez:

 Estoy cansado, fatigado de alma. ¡Puse tanta emoción en todo! La emoción fue mi objeto…Por ella corría tierras, surqué mares, escalé montañas, me asomé a los abismos. (…) ¡La emoción!... ¡Ella es todo en la vida!

Pero Farfán, como sabemos, pronunciaba sus discursos de hombre ávido de mundos ingrávidos y gentiles con la máxima intención, “como un actor de la vieja escuela.”

O en La dulzura de amar:

El relojito de oro que, encerrado en lindísima relojera de rojo terciopelo, descansaba sobre la mesa de noche.

Después de este sueño feliz, no tengo más que darte las gracias. ¡Me has hecho tanto bien en este tiempo! Tú si que serás en mi vida un recuerdo imborrable: la gota de miel que en medio de las amarguras de mi lucha estará siempre mis labios.

Por tanto, la presencia de lo cursi a lo largo del relato en boca de, fundamentalmente, los personajes femeninos protagonistas supone lo más destacado del lenguaje de los textos, que, como hemos advertido en numerosas ocasiones, entroncan así con el receptor tipo (pequeñoburgués) de las novelitas cortas de quiosco. Resulta especialmente significativo el lenguaje que encontramos en La novelera, dado que presenta numerosas muestras del bajo nivel de estratificación sociocultural de los personajes, fundamentado en vulgarismos, ejemplos de excesiva relajación fonética y en el desliz gramatical:

Too los que dicen toos los libros del mundo no son más que picardías. Cuanto más leía es una persona, más mala es. Te lo dice tu padre.

Me paece a mí que va a ser cosa de coger una estaca.

Que la [sic] tengo dicho que no quió libros en casa y ella sigue metía en los libros.

Pero el nivel vulgar de la lengua no sólo se aprecia en el padre de Candelas y Amparo, sino también en esta:

¿No tié usté otro argumento mejor?

Y en la propia Candelas, a pesar de su infatigable apetito lector:

Na, que me puse a leer un poco mientras padre echaba la siesta, y se presentó cunado más enfrascá estaba.

¿Te paece poco disgusto la vida que llevo… con mi padre, que no se le pué aguantar (…)

No se aprecia en ninguna de las novelitas un lenguaje excesivamente disonante entre personajes, más bien unificado, incluso, como hemos visto, en la novela aludida, si bien Candelas presenta casos de relajación lingüística que no podemos calificar de muy significativos.  En las otras obras, desde un punto de vista diafásico y diastrático, los agonistas (mujer protagonista y padre represor) suelen interactuar empleando eminentemente el nivel formal de la lengua, en el primer caso, y el nivel común-culto en el segundo. En dicho nivel culto habríamos de incluir esa vuelta de tuerca que supone el empleo de un lenguaje almibarado o redicho. En cualquier caso, la correspondencia entre lenguaje y situación es evidente.

Para la caracterización de los personajes, en las cuatro obras se alternan el diálogo, predominante junto a la narración de los hechos y las descripciones (etopeya y prosopografía), el ejercicio narrativo omnisciente y, en ocasiones, el monólogo interior, con frecuencia en la voz del narrador por medio del estilo indirecto libre:

Era la dueña del hostal una doña Elvira, vieja y pintarrajeada, con muchos postizos en la cabeza. Alta y un tanto hombruna, contrastaba su aspecto exterior con la melosidad de su voz y la dulzura de su carácter, tocado de un romanticismo agudo.

(…) su padre, tan severo, tan intransigente e inflexible para los demás, era para ella blando y condescendiente. No había casa que le pidiera que él no le otorgara; dejábala en completa libertad de acción para todo, y hasta en el punto vulnerable del señor de Guevara, que era el bolsillo, había para su hijo excepción incondicional. Mientras él, avariento, defendía hasta el ochavo, ella podía gastar sin tasa en joyas o en vestidos o en socorrer al prójimo. Jamás le había hecho la menor observación sobre sus gastos o dádivas.

 Lo que pasaba en el espíritu de Julián no es fácil decirlo. Aun formalizadas las relaciones, aun desvelado muchas madrugadas por el recuerdo de Isabel, aun sintiendo por ella adoración creciente, admiración sin tasa, batallaba en su espíritu, rebelándose, el odio al prestigio aristocrático de su novia, el orgullo humillado por la diferencia de clase y, al propio tiempo también, el pudor de su pobreza, la vergüenza de verse levantado hasta la misma altura de la rica heredera por obra y gracia del amor.

¡Oh! ¿Hasta dónde iba a llegar su desvergüenza? ¡Hasta dejar un día entero sin asomar por su casa! ¿Pensaría acaso visitar a su mujer cada dos o tres días, como una amante, haciendo, en cambio, con ésta, vida común? No, no; hasta tal extremo no era posible llegar.

El monólogo introspectivo irá forjando un cauce por el que fluyen los pensamientos y la conciencia de las protagonistas femeninas y de sus padres, recurso gracias al cual el lector va a ir construyendo mentalmente y de manera progresiva esas ideaciones que son los personajes, forjados en una sucesión de secuencias en las que sus posturas antagónicas se van definiendo de manera cada vez más nítida ante el lector (al igual que, en el caso concreto de Eva Curiosa, también desde la aparición de Farfán, otro contrapunto a la actitud vital de Dora, como ya hemos apuntado con anterioridad). Por consiguiente, la función de los personajes principales dentro de cada relato queda perfectamente definida en su relación con los demás (oposiciones binarias, principalmente) y con la acción (tema) de la búsqueda de la libertad y de la verdad de la vida. El resto no pasa de ser un conjunto de personajes menores o meramente accidentales, formando parte de escenas que podríamos denominar de situación, en las que en nada se profundiza, frente a las escenas de personaje, donde hay cabida para una mayor perforación en la conciencia de los mismos, y que tiene como epicentros a los tres antedichos.

Joaquín María Cruz Quintás.


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