JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

La Belleza definitiva

(Artículo para el boletín de la Archicofradía Sacramental de la Sacra Iglesia Parroquial de San Ildefonso, de Jaén).

Como es sabido, la Contrarreforma católica del XVI impulsó la fundación de cofradías alrededor de unas imágenes titulares. Era una manera de catequizar por medio de la obra de arte, de la representación plástica, de la teatralización. De valorar la sensualidad (lo perceptible por los sentidos) como medio para acercar los misterios de la Redención al pueblo sencillo, esto es, a la mayoría de legos (o laicos). La Iglesia católica reconocía así el camino de la belleza como itinerario gozoso para acercarse a la presencia de Dios, hecho hombre en las tallas muy humanas de nuestros imagineros del Siglo de Oro. Esto es lo que, parafraseando el evangelio de Juan, podríamos definir como el principio del Verbum caro factum (“Y el Verbo se hizo carne”): la conciencia de lo carnal en estrecho maridaje con la conciencia de lo eterno.

La búsqueda de Dios por medio de la belleza supuso la imbricación palpable del neoplatonismo en la cosmovisión cristiana. Pero, ¿a qué llamamos exactamente Belleza? Desde la perspectiva platónica, la belleza es un concepto indisolublemente unido al de Verdad y al de Bondad. Porque la pulsión estética (artística) es una vivencia espiritual. Apunta hacia lo alto. Incluso para el no creyente la obra de arte supone una combustión en cierto modo mística, un acercamiento al Misterio (a lo Alto, a lo Hondo) de difícil explicación: “Ni más nuevo, al ir, ni más lejos; más hondo”. (…) “Nunca más diferente, más alto siempre”, escribió un Juan Ramón Jiménez recién casado, siempre a la búsqueda de lo inefable. Pero lo inefable --esto es, la esencia-- habita, como afirma también el poeta onubense, en el silencio, “verdadera lengua universal ¡y de oro!” 

Todos estos caminos que nos ofrece la Iglesia no son un fin en sí mismos, sino que habrían de ser transitados siempre a la búsqueda de esa presencia silenciosa de Jesús en el Misterio de la Eucaristía. Misterio por ininteligible, por inescrutable, por irracional. Pero sabemos, con Pascal, que pretender encorsetar a Dios (lo infinito) en la Razón (lo finito) es opción vana.

La Sacramental de San Ildefonso ha sabido desafiar al tiempo durante medio milenio para presentarse en la mañana del siglo XXI como portadora de ese pabilo incandescente que es la fe en el Señor Resucitado, Sacramento del Amor. Porque sus cofrades saben que es allí, en el Sagrario, donde habita la Belleza definitiva.


Joaquín María Cruz Quintás. 

Retazos de fraseología y léxico jaenés (XXXI)

- Regomeyo: Esta voz es empleada en Jaén, al igual que en buena parte de Andalucía y Murcia, para referirse al desasosiego o remordimiento que puede provocar una situación especialmente comprometida, inquietante o de riesgo: "Ahora estaré yo con mi regomeyo hasta que me llame por teléfono".

- Apañado: La particularidad del empleo de este término en Jaén --convenientemente sincopado (esto es, habiendo perdido el fonema dental /d/)-- radica en su frecuente función de vocativo, habitualmente para referirse a un interlocutor a quien se está pidiendo un favor: "Anda, apañao, recoge tú la mesa".

Joaquín María Cruz Quintás.

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