(Artículo para el boletín de la Archicofradía Sacramental de la Sacra Iglesia Parroquial de San Ildefonso, de Jaén).
Como es sabido, la Contrarreforma católica del XVI impulsó la fundación de cofradías alrededor de unas imágenes titulares. Era una manera de catequizar por medio de la obra de arte, de la representación plástica, de la teatralización. De valorar la sensualidad (lo perceptible por los sentidos) como medio para acercar los misterios de la Redención al pueblo sencillo, esto es, a la mayoría de legos (o laicos). La Iglesia católica reconocía así el camino de la belleza como itinerario gozoso para acercarse a la presencia de Dios, hecho hombre en las tallas muy humanas de nuestros imagineros del Siglo de Oro. Esto es lo que, parafraseando el evangelio de Juan, podríamos definir como el principio del Verbum caro factum (“Y el Verbo se hizo carne”): la conciencia de lo carnal en estrecho maridaje con la conciencia de lo eterno.
La búsqueda de Dios por medio de la belleza supuso la imbricación palpable del neoplatonismo en la cosmovisión cristiana. Pero, ¿a qué llamamos exactamente Belleza? Desde la perspectiva platónica, la belleza es un concepto indisolublemente unido al de Verdad y al de Bondad. Porque la pulsión estética (artística) es una vivencia espiritual. Apunta hacia lo alto. Incluso para el no creyente la obra de arte supone una combustión en cierto modo mística, un acercamiento al Misterio (a lo Alto, a lo Hondo) de difícil explicación: “Ni más nuevo, al ir, ni más lejos; más hondo”. (…) “Nunca más diferente, más alto siempre”, escribió un Juan Ramón Jiménez recién casado, siempre a la búsqueda de lo inefable. Pero lo inefable --esto es, la esencia-- habita, como afirma también el poeta onubense, en el silencio, “verdadera lengua universal ¡y de oro!”
Todos estos caminos que nos ofrece la Iglesia no son un fin en sí mismos, sino que habrían de ser transitados siempre a la búsqueda de esa presencia silenciosa de Jesús en el Misterio de la Eucaristía. Misterio por ininteligible, por inescrutable, por irracional. Pero sabemos, con Pascal, que pretender encorsetar a Dios (lo infinito) en la Razón (lo finito) es opción vana.
Joaquín María Cruz Quintás.