
Leo en la prensa que Cáritas ha recibido un 55% más de peticiones de ayuda motivadas no por la llamada crisis, ni por el denominado crack (fisura, en inglés), sino por el crash económico, que significa desplome, como bien ha explicado José María Carrascal.
La propia institución afirma que la mayoría de las personas que acuden en petición de auxilio son mujeres solas que han de sacar adelante a su familia, varones parados procedentes de empleos de baja cualificación profesional, inmigrantes, jubilados con pagas escuálidas, etc. Todo un gentío de personas muy diversas que acaban desbordando las posibilidades de la organización. Al Estado, estas cosas le vienen largas. Por eso se las larga a los que siempre han estado ahí.
Cáritas –que, junto con la también católica Manos Unidas, es la que más aporta a la lucha contra la miseria, con un desfase descomunal en comparación con el resto de oenegés- está formada, como es sabido, por una muchedumbre de laicos dispuestos a cuestionar las estructuras sociales que favorecen la injusticia y el empobrecimiento de los más débiles y a luchar, a menudo desde el silencio y el anonimato, por solventar las precariedades de los más próximos entre los prójimos.
El lector poco avezado -o simplemente idiotizado por los clichés que desde los púlpitos mediáticos de masas se expelen a granel- habrá pensado que no se puede ser laico y pertenecer a la Iglesia. Pero laico (forma culta de la voz lego) es, sencillamente, el que no tiene órdenes clericales. Y, en los siglos pasados, donde la cultura habitaba casi exclusivamente en los templos y monasterios, el que no era clérigo no tenía letras. De ahí la importancia de crear legos (laicos) entre los ciudadanos, para inocularle en vena, con la sencillez que da la rutina, la ponzoñita ideológica de rigor.
A pesar de todos los datos habidos y por haber, mientras Cáritas no se separe de la Iglesia católica -que es como solicitar a alguien que se arranque la cabeza de cuajo - en los medios seguirá gozando de mayor estima, por ejemplo, un politicastro que se vista una cazadora de pana raída y exclusivamente pensada para la ocasión, o cualquier actorcillo afecto al Régimen que subaste sus calcetines en un ímprobo acto de caridad (pero se me olvidaba que la palabra caridad -amor, en latín- ha sido sustituida por la otra, tan inane, de solidaridad), que un hombre que apoquine en su parroquia y que dedique algunas tardes de la semana a los despojados de su barrio.
Aunque, bien pensado, este hombre quizá no mostraría mucho interés en salir en la televisión para contar lo que hace con su tiempo y su dinero. Es la diferencia entre la propaganda (el agitprop) y aquello de “que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”.
Joaquín María Cruz Quintás