
Las sociedades modernas, toda vez que han perdido el poso de humanismo, aunque tácito, que las cimentaba -al menos en el plano ideal o ideológico-, han terminado por derivar en la negación de lo más íntimo de lo humano, que no es sino la propia vida.
De este modo, la existencia humana, equiparada a la de los animales en dignidad y valor (a saber: encomio del suicidio asistido, vindicación del aborto libre, proyecto Gran simio y otras memeces de calaña similar) se ha convertido en una suerte de entelequia relativizable y relativizada sobre la cual el Derecho ha de legislar no con objeto de protegerla en cualquier caso, tiempo y lugar, sino de permitir exterminarla en el caso de que contradiga o blasfeme contra la deidad Suprema de la sociedad posmoderna: el Bienestar.
Este supuesto y sedicente “progreso social”, cuando se identifica casi exclusivamente con políticas que favorecen la comodidad o molicie por encima de otros valores como el coraje, la lucha interior, el derecho a vivir de los más débiles entre los débiles, etc., y cuando vincula la dignidad de una vida con la ausencia de sufrimiento, desplegando por añadido sus tentáculos mediáticos (como un enorme Leviatán que aniquilará a quien ose plantarle cara), se erige en una formidable dictadura de las tinieblas y la Muerte.
Pero, ¿quién matará a la serpiente astuta, al dragón del mar? Nosotros acaso sólo dispongamos de un anzuelo para pescarlo. O no.
De este modo, la existencia humana, equiparada a la de los animales en dignidad y valor (a saber: encomio del suicidio asistido, vindicación del aborto libre, proyecto Gran simio y otras memeces de calaña similar) se ha convertido en una suerte de entelequia relativizable y relativizada sobre la cual el Derecho ha de legislar no con objeto de protegerla en cualquier caso, tiempo y lugar, sino de permitir exterminarla en el caso de que contradiga o blasfeme contra la deidad Suprema de la sociedad posmoderna: el Bienestar.
Este supuesto y sedicente “progreso social”, cuando se identifica casi exclusivamente con políticas que favorecen la comodidad o molicie por encima de otros valores como el coraje, la lucha interior, el derecho a vivir de los más débiles entre los débiles, etc., y cuando vincula la dignidad de una vida con la ausencia de sufrimiento, desplegando por añadido sus tentáculos mediáticos (como un enorme Leviatán que aniquilará a quien ose plantarle cara), se erige en una formidable dictadura de las tinieblas y la Muerte.
Pero, ¿quién matará a la serpiente astuta, al dragón del mar? Nosotros acaso sólo dispongamos de un anzuelo para pescarlo. O no.
Joaquín María Cruz Quintás