JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Permanece Maquiavelo



Nicolás Maquiavelo defendió, en el siglo XVI, que lo deseable no es la virtud, sino el éxito, esto es, la conquista y mantenimiento del poder. De esta máxima se puede colegir la trascendental relevancia que el florentino proyectó sobre el modo de concebir la política en Occidente, toda vez que durante la Edad Media primaba la idea de revelación (de acerado sedimento moral, por tanto) frente a la meramente pragmática, que alcanzará hegemonía en el Renacimiento. El diplomático italiano, de manera trascendente, había hecho que los pilares del pensamiento y la praxis política en Europa se resquebrajaran. Hasta el escombro.

El magisterio maquiavélico no ha dejado de tener discípulos en los últimos cinco siglos y, aun en esta humanidad posmoderna (supuestamente ética y superadora de costumbres bárbaras), la parte más desalmada de su decálogo permanece grabada a fuego en el ideario colectivo de las sociedades occidentales.

Así, la anulación de la idea de moral o de pecado, identificada como una antigualla o corsé que privara de libertad, acaso responda a una finalidad ulterior más perversa: la destrucción o aniquilación, confinándolo al ostracismo, de todo grupo social que vindique la conservación de un cúmulo de valores naturales o eternos, en tanto que profundamente humanos. La vida de la persona es el mayor de ellos. Pero Maquiavelo escribió que “a los hombres hay o que atraerlos por las buenas o anularlos”. Y también afirmó que los éxitos no son producto de un factor sobrenatural, sino de un adecuado uso de la crueldad. Una crueldad que puede ayudar a conquistar y mantenerse en el poder al que sepa administrarla con maestría, esto es, con discreción y sin alharacas. En silencio. Un silencio intrauterino, a ser posible. Porque, continuará el autor italiano, “es mejor hacer de una vez todo el mal que tenga que hacerse”. Y fundamentalmente cuando este sea incontestable, perentorio, definitivo, fatal.

Anulada la idea de moral -por desfasada-, encumbrado el Bienestar a la categoría de diosecillo y conmutada la idea de entrega o transmisión (traditio) por el insubsistente concepto de seguridad (?), quizá podamos certificar la momentánea victoria de quien afirmó, desconfiando interesadamente de determinadas evidencias racionales, que hay “cosas con apariencia de vicio de las que derivan el bienestar y la seguridad”. Y ya se sabe que para quienes -falseando su programa electoral- postulan estas políticas, el faltar a las promesas, como dijo el florentino, puede ser en ocasiones muy conveniente.

Joaquín María Cruz Quintás

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