
Es el mismo niño que atraviesa —inquieto y locuaz, la mano del padre apretada por la pasión de las vísperas— esa plazuela cuya alma, escribió el poeta sevillano, es la flor del naranjo; donde debe de anidar el espíritu balsámico de cinco siglos de bellezas y oraciones. Leemos en el Viejo Testamento que Dios habita la levedad de la brisa, hoy arrebol de vainilla que va dibujando telones para el teatro doloroso de la Pasión. A la belleza por el dolor.
Es este el tiempo sin tiempo del niño que comienza a aprehender el Misterio en las calles de la primavera. Misterium tremendum de Dios. Bullicio de los vencejos. La vida.
Es este el tiempo sin tiempo del niño que comienza a aprehender el Misterio en las calles de la primavera. Misterium tremendum de Dios. Bullicio de los vencejos. La vida.
Joaquín María Cruz Quintás