JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Obesidad intelectual

Parece que el Gobierno de la Nación (española) pretende ayudarnos a los ciudadanos para que dejemos de ser tan pesados, que no es lo mismo que ser cansinos. El Ministerio de Sanidad y Consumo de la ministra Salgado se está percatando de que “las cifras de obesidad entre los españoles comienzan a ser alarmantes", ha dicho la antedicha, y para la ocasión ha decidido desarrollar una estrategia (NAOS) que, aunque tiene nombre de barco, está orientada a los que se las ven y se las desean para poder flotar en el agua.

Por su parte, la Organización Mundial de la Salud ha afirmado que la obesidad es “la epidemia del siglo XXI”, o lo que es lo mismo: que si en España antes nos moríamos de tuberculosis o de hambre, ahora lo podemos hacer (vamos a meternos todos) de un reventón. Lo del lagarto de la Malena, seamos serios, fue un caso aislado. Entonces, en la Edad Media, se solía morir más bien de sobredosis de apetito, o de alguno de esos enigmáticos “aires” que les daba a los antiguos.

Los expertos han señalado hacia el sedentarismo por ser una de las causas principales de tanta morbidez. O sea que, aunque los libros –que solemos leer sentados o tumbados- nos hacen libres, no hay que abusar de ellos, no vaya a ser que pierda uno la libertad de poder pasar por la estrechez de la puerta para ir al baño. Habrá que acompañarlos con una alimentación equilibrada y algo de ejercicio físico.

Pero parece que los políticos se preocupan menos de la salud intelectual de sus compatriotas que de la corporal. O, si se preocupan, lo disimulan espléndidamente con su torpeza, que es acaso el mejor subterfugio para disculparse de la ausencia de cordura.

El magnífico escritor italiano Italo Calvino glosaba en una de sus conferencias un fragmento de un cuento del Decamerón, de Boccaccio. En él, se nos cuenta cómo el poeta Cavalcanti meditaba entre unos sepulcros de mármol. La juventud dorada florentina cabalgaba de fiesta en fiesta, obcecada en saciar su avidez de pasatiempo. Cavalcanti nunca iba con ellos. Al llegar estos al cementerio, le preguntan a Guido Cavalcanti:

- Guido, te niegas a ser de nuestro grupo; pero, cuando hayas averiguado que Dios no existe, ¿qué vas a hacer?
Guido, viéndose rodeado por ellos, prestamente dijo:
- Señores, en vuestra casa podéis decirme cuanto os plazca.
Y poniendo la mano en uno de los sarcófagos, que eran grandes, como agilísimo que era, dio un salto y cayó del otro lado y, librándose de ellos, se marchó.

Para Cavalcanti, el sepulcro era la casa de aquellos sujetos. Y Boccaccio, el autor del relato, nos dibuja la idea de ligereza, de agilidad, como símbolo de excelencia intelectual. La muerte corporal es vencida por quien se eleva a la contemplación universal a través de la especulación del intelecto, concluye Italo Calvino.

Si el opuesto de la ligereza es la pesadez, seguramente estemos criando adolescentes víctimas de la obesidad intelectual. Desde que se implantó la LOGSE, las autoridades políticas suplantaron la ídem de los profesores. Aunque intentaron, o eso dicen, equipar mejor a los centros. Pero a este paso tendremos que gastarnos un dineral en comprar canutos, para que los alumnos puedan hacer la “o” sin llegar a desmotivarse.

Joaquín María Cruz Quintás

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