Dicen que trae mucha suerte, pero para los que no somos demasiado supersticiosos el hecho de pisar una caquita de perro por la calle no nos hace demasiada gracia. A no ser, eso sí, que consideremos una gracia del cielo vivir en esta ciudad, que cuenta entre su mobiliario urbano con múltiples ejemplos de las deyecciones que obran los canes cuyos dueños no tienen urbanidad. Algunos dirán que los mojones se inventaron para servir de guía y no perderse uno, pero no son de ese tipo los que humean en las mañanas de mucho frío, ni los que hacen que los viandantes conviertan a la madre del propietario del perro en la mujer de sus pensamientos.
Hace ya algún tiempo me contaron que una señora de edad le recriminó -con buenos modales- a un individuo que paseaba con su mascotilla sobre el verde de Los Jardinillos que aquel no era el lugar más conveniente para que su perro se aliviara, porque el césped se podía secar. El hombre, que ni llevaba bozal ni iba amarrado, comenzó a vociferarle de forma chulesca, que acaso es lo propio de los que, admirando en exceso a los animales, pagarían por convertirse en uno de ellos. Por lo visto, a la pobre señora casi se le saltaron las lágrimas, pero nos hemos quedado con las ganas de saber si fue por impotencia o por compasión hacia el sujeto.
Otro tema es el de los contenedores: No pocos de ellos están repletos de basura a las diez de la mañana, a pesar de que tienen impreso un cartelito en el que se puede leer: Utilízame de 21 a 23 horas. Pero acaso no debamos ser tan malpensados: por ejemplo, ¿a quién no se le ha parado el reloj alguna vez? Aunque algunos ancianos no tienen excusa: se acuestan a la misma hora que las gallinas, y eso de bajar la basura por la noche les parece algo propio de la juventud, que siempre tiene ganas de trasnochar; así que prefieren hacerlo cuando canta el gallo. No falta quien, profundo conocedor de las leyes newtonianas de la gravitación, deja caer la bolsa desde el balcón de su casa. Es mucho más rápido, dónde vas a parar.
Los medios de comunicación nos hablan de personas, generalmente de edad avanzada, que en lugar de bajar la basura tienden más bien a subirla: se dice que padecen el síndrome de Diógenes. Se sienten solas y están convencidas de que viven en la pobreza, por lo que deciden aprovecharlo todo. No parece que en Jaén abunde este tipo de enfermos: Aquí preferimos acumular basura en las aceras, a veces incluso cuando el contenedor está semivacío. No vaya a ser que después de abrir la tapadera nos tengamos que lavar las manos con jabón. Sería un gasto innecesario en época tan desacelerada como la presente.
Cierto que nuestra lengua tiene una gran riqueza de vocablos referidos al cerdo: Por ejemplo, esta palabra (cerdo) se vincula con la voz cerda, esos pelillos recios y cortos que tienen algunos animales, entre ellos el ya mencionado o el jabalí. De la forma latina porcus procede puerco, y cocho y cochino tienen estrecha relación con la forma con que se llama la atención del cerdo: coch. Marrano proviene del árabe hispánico muḥarrám, que significa “cosa prohibida”, por ser un alimento considerado impuro entre los musulmanes.

También la lengua española nos muestra una variedad léxica similar en los gentilicios referidos a nosotros, los habitantes de Jaén. Pero es algo que no tiene relación con lo que acabo de referir. A no ser que se la busquemos con insana y dificultosa malicia.
Hace ya algún tiempo me contaron que una señora de edad le recriminó -con buenos modales- a un individuo que paseaba con su mascotilla sobre el verde de Los Jardinillos que aquel no era el lugar más conveniente para que su perro se aliviara, porque el césped se podía secar. El hombre, que ni llevaba bozal ni iba amarrado, comenzó a vociferarle de forma chulesca, que acaso es lo propio de los que, admirando en exceso a los animales, pagarían por convertirse en uno de ellos. Por lo visto, a la pobre señora casi se le saltaron las lágrimas, pero nos hemos quedado con las ganas de saber si fue por impotencia o por compasión hacia el sujeto.
Otro tema es el de los contenedores: No pocos de ellos están repletos de basura a las diez de la mañana, a pesar de que tienen impreso un cartelito en el que se puede leer: Utilízame de 21 a 23 horas. Pero acaso no debamos ser tan malpensados: por ejemplo, ¿a quién no se le ha parado el reloj alguna vez? Aunque algunos ancianos no tienen excusa: se acuestan a la misma hora que las gallinas, y eso de bajar la basura por la noche les parece algo propio de la juventud, que siempre tiene ganas de trasnochar; así que prefieren hacerlo cuando canta el gallo. No falta quien, profundo conocedor de las leyes newtonianas de la gravitación, deja caer la bolsa desde el balcón de su casa. Es mucho más rápido, dónde vas a parar.
Los medios de comunicación nos hablan de personas, generalmente de edad avanzada, que en lugar de bajar la basura tienden más bien a subirla: se dice que padecen el síndrome de Diógenes. Se sienten solas y están convencidas de que viven en la pobreza, por lo que deciden aprovecharlo todo. No parece que en Jaén abunde este tipo de enfermos: Aquí preferimos acumular basura en las aceras, a veces incluso cuando el contenedor está semivacío. No vaya a ser que después de abrir la tapadera nos tengamos que lavar las manos con jabón. Sería un gasto innecesario en época tan desacelerada como la presente.
Cierto que nuestra lengua tiene una gran riqueza de vocablos referidos al cerdo: Por ejemplo, esta palabra (cerdo) se vincula con la voz cerda, esos pelillos recios y cortos que tienen algunos animales, entre ellos el ya mencionado o el jabalí. De la forma latina porcus procede puerco, y cocho y cochino tienen estrecha relación con la forma con que se llama la atención del cerdo: coch. Marrano proviene del árabe hispánico muḥarrám, que significa “cosa prohibida”, por ser un alimento considerado impuro entre los musulmanes.

También la lengua española nos muestra una variedad léxica similar en los gentilicios referidos a nosotros, los habitantes de Jaén. Pero es algo que no tiene relación con lo que acabo de referir. A no ser que se la busquemos con insana y dificultosa malicia.
Joaquín María Cruz Quintás