El auge paulatino de movimientos ultraconservadores que se viene observando, durante los últimos años, en el seno de algunos partidos políticos españoles es un hecho irrebatible que debería no ser despachado como una cuestión baladí, al menos si se tiene como meta verdadera –y no como trampantojo con el que atornillarse al sillón parlamentario- el Progreso de la nación.
Estas manifestaciones retrógradas o definitivamente partidarias del regreso a la caverna suelen postular principios y gestos políticos que hunden sus pezuñas en los lodazales del siglo XIX y que siguen siendo arrastrados y enarbolados, como bandera del antiliberalismo intelectual, aun en pleno siglo XXI. Lo hemos vuelto a ver hace unos días.
Antiguamente, los partidarios del tradicionalismo inmovilista se situaban en el parlamento en oposición física a los considerados liberales. Pero hoy, extinguidas por consunción las corrientes autoritarias o inmovilistas de cierta derecha cuyo cadáver hace mucho tiempo que hiede, es exclusivamente en el seno de la izquierda política donde rebrotan con vigor –como aparecidos o espectros ávidos de instaurar su reino (mejor diremos república) de tinieblas- vindicaciones de una historia que, aunque empapuzada de sangre y aderezada de esputos, siempre es motivo de orgullo para ellos.
Algunos actuales dirigentes socialistas han afirmado, en descargo de quienes apretaron el puño en Rodiezmo, que ese gesto no es comparable al del saludo romano que adoptaron como propio los movimientos fascistas y nazi. Y la razón está de su lado, porque bajo el estandarte del puño apretado se perpetraron en el mundo unos cien millones de crímenes, que es una cifra que deja la suma de la de todos los fascismos y similares que en el mundo han sido a la altura de una zapatilla, incluido el III Reich del loco alemán. Si repugnantes los hotros, ¿cómo calificar a los hunos?
Los actuales hunos postizos o meramente analfabetos –este calificativo preserva al menos su presunción de inocencia moral- afirman con una convicción de converso que el gesto del puño cerrado ha sido siempre sinónimo de defensa de la democracia y de las libertades, lo cual viene a ser lo mismo que considerar a Hitler benefactor de los judíos. Porque bajo ese símbolo (pongamos como ejemplo solamente España) se atentó reiteradamente contra la II República mediante intentos de golpes revolucionarios para instaurar una dictadura totalitaria que siguiera el modelo soviético, el más sanguinario de la Historia de la Humanidad. Bajo ese símbolo las Juventudes Socialistas se entrenaban, en plena democracia, formando milicias preparadas para llevar a cabo acciones violentas en pos de instaurar ese nuevo régimen, superador de una vigente democracia burguesa que despreciaban. Bajo ese símbolo, en plena democracia republicana, fueron quemadas bibliotecas, iglesias y centros de enseñanza, se asesinó a diestro y siniestro y cientos de obras de arte fueron destruidas para siempre ante la pasividad de las autoridades amigas.
En aquellos años la lucha de clases se realizaba contra una burguesía siempre anatemizada como epicentro de todos los males del proletariado. Hoy, muchos de los que alzan el puño son el paradigma del burgués caudaloso y acomodado en las sinecuras de la administración. Por tanto, al delito de orfandad intelectual o de simple estupidez habrá que añadirle el de fariseísmo. Quizá este sea el más perverso de todos.
Joaquín María Cruz Quintás
Un gesto habitual en la extrema izquierda.