En todas las novelas aparece la figura de un narrador omnisciente y heterodiegético en tercera persona que elabora un discurso principalmente referencial (narración objetiva de hechos), aunque en ocasiones descriptivo, valorativo y también universal (en tanto que extrapolable a una generalidad conceptual). Se refiere a sus personajes de manera generalmente objetiva, y refleja sus pensamientos interiores por medio del discurso indirecto libre, empleando en ocasiones en lugar del diálogo (aunque es predominante), el discurso directo para parafrasear las palabras pronunciadas por los personajes.
Las acciones se nos van presentando de acuerdo con un esquema de composición lógica, esto es, siguiendo un orden cronológico o causal, y pivotando alrededor de un conflicto de fuerzas muy evidente (luego secundado, en el caso de Eva Curiosa, en el otro ulterior que surgirá a raíz de la entrada en escena de Farfán)¬. Este conflicto de fuerzas suele comenzar habitando exclusivamente un ámbito externo, el de la vida social, más superfluo, aunque paulatinamente podrá ir virando hacia un trance de marcada interioridad, que llegará incluso hasta el tormento espiritual de Dora.
El tiempo del discurso es (no podía ser de otra manera tratándose de una novela corta que narra unos hechos dilatados en el tiempo) claramente menor al tiempo de la historia. Para ello, Ortiz de Pinedo se sirve de recursos o movimientos narrativos como el resumen o las elipsis varias que provocan saltos en el tiempo, aunque no es menos cierto que las descripciones (por ejemplo, de la ansiada ciudad de Madrid, por donde pasean Dora y su padre, o las etopeyas y prosopografías que a lo largo de los relatos se esparcen) puedan ralentizar el tempo de las narraciones, que sin embargo podemos calificar de ágil en todos los casos, como corresponde a su género. En las diversas escenas dialogadas (discurso directo o dramático) y en algunos párrafos narrativos, el tiempo del discurso y el de la historia se igualan, como también sucede en otras ocasiones en las que la protagonista principal o (anti)heroína, realiza un sumario progresivo, adelantando en su mente la felicidad que le supondrá esa nueva vida que la libre de sus ataduras.
El espacio de las novelitas es diverso, en ocasiones abierto (paseos por Madrid e incluso París, símbolos de la libertad) y en otras cerrado, preferentemente urbano (la protagonista ha huido del pueblo a la búsqueda del cosmopolitismo) y realista, aunque las tres heroínas lo cubran con una pátina de fantasía y ensoñación ya proverbiales para nosotros.
Como sabemos, Mijail Bajtín define cronotopo a la conexión esencial que existe en una obra literaria (fundamentalmente las narrativas) entre las relaciones temporales y espaciales, concibiendo este concepto como una categoría de la forma y el contenido en la literatura. El movimiento argumental se articula desde un punto de partida (el estado de desesperación de la protagonista, a menudo) para llegar al momento culminante de toda la acción (en este caso, el fracaso de las pretensiones vitales de las protagonistas). Ambos instantes son, por tanto, términos del movimiento argumental, que actúan como costuras de una herida o como jambas abrazando toda la secuenciación de los relatos, que suceden en un espacio y tiempo concreto y variado. Espacio y tiempo son, por consiguiente, los centros organizadores, temáticos, de los principales acontecimientos argumentales de las cuatro narraciones, a las que llenan de vida. Porque todos los elementos abstractos de las novelas (lo que tienen de andamiaje conceptual) sólo adquieren cuerpo de realidad a través de la concreción de un tiempo y un espacio determinados y muy claramente delimitados en estas obras. Los espacios interiores descritos son un boceto de corte decadentista, por la morosidad descriptiva general y, en concreto, la de objetos provistos de una especial fuerza evocadora de lujos y exotismos diversos. El lector medio (la lectora) podía así penetrar y recorrer con su mirada los lujosos y espaciosos hogares de las clases altas, lo cual nunca ha estado exento de cierta —y acaso insana— curiosidad:
En el amplio gabinete (…) destacaba un lienzo al óleo con el retrato de Isabel, de cuerpo entero, en taje de baile, blanco, la cabeza descubierta y entra las manos un abanico de plumas.
El dormitorio, tibio, alfombrado con tapiz blanco y dibujo de rosas grandes, estaba suavemente embalsamado por la colonia, los jabones, las esencias delicadas de pomos y fras [ilegible] que llenaban el tocador. Frente a éste se alzaba un espejo de tres lunas, y en el centro de la estancia, que era holgada, aparecía el lecho, de hierro dorado y labrado preciosamente, con edredón de seda rosa y el embozo de la sábana bordado a la mayor perfección.
Estaba el dormitorio en el primer piso del hotel que, cerca del Obelisco, poseía en la castellana el despacho de don Alfonso, el comedor y tres salones más apenas habilitados desde que la familia del judío quedara reducida a él y su hija. Don Alfonso tenía también su alcoba en el piso principal, fronteriza a la de Isabel, y separadas ambas por un gabinete con mirador sobre el jardín. La servidumbre dormía en las habitaciones del segundo piso. Por la parte posterior del inmueble, donde estaba la cocina, había un palomar y un gallinero, y en pabellón aparte las cocheras. El jardín rodeaba la casa, estrecho por los costados, de regular espacio en el frente, con pabellón de portería a un lado y al otro un cenador. En medio del jardín, de bastante arbolado, había una fuente que representaba una niña vaciando su cántaro y que estaba cercado por un macizo de violetas circular. Media docena de escalones de piedra daban acceso a la puerta principal de la casa, que era de cristales de colores.
El espacio externo de las novelitas es, a menudo, el del Madrid (también París o Cannes) de la burguesía neosecular , con una ambientación urbana plena de referencias fastuosas y con matices de un esteticismo decadente y en cierto modo baudelairiano, en tanto que adición de perfumes, sonidos, colores y elementos de la naturaleza:
La hora de la siesta. Es verano. Pica el sol: para resguardarse de su fuego están echadas las persianas y cerrados los balcones. Las macetas se abrasan. El canario, que ha tenido la suerte de ser trasladado á [sic] la penumbra, duerme en su caña. Reina en esta habitación, tan ordenada, tan limpia, el silencio de la siesta. Perfuman el aire rosas y claveles recién cortados, prisioneros en búcaros de cristal modernos colocados encima de una cómoda. Bríndase á la sed un fresco, panzado botijo de Alcorcón, envuelto en un paño mojado.
A la luz de la luna o de las estrellas, iluminado y palpitante, con la fina aguja de la torre Eiffel dominando la ciudad como una flecha lanzada al azul, París justificaba ante los soñadores su apoteosis teatral que fascinaba desde lejos…
La suntuosa arboleda del Parque, el señorial aspecto de los viejos jardines, dorados por el sol septembrino, alegraron el ánimo de Dora, produciéndola [sic] una impresión gratísima.
La calzada aparecía rumorosa por el tropel de carretelas y troncos de lujo. Todos llevaban recogida la capota y aun la luz de la tarde permitía el no encender los faroles. Aquel desfile de ricos troncos —caballos magníficos, coches charolados, brillantes libreas—, aquel aspecto del vivir mundano y fastuoso (…)
Reintegrados al coche, los condujo por la calle Mayor para, cruzando nuevamente la Puerta del Sol, recorrer Alcalá, Recoletos y la Castellana. La animación de la más famosa vía madrileña, aun tiempo popular y aristocrática, y alegre como pocas grandes vías de Europa, gustó también a Dora. (…)
Desde Cibeles al Hipódromo encantáronse padre e hija con la hermosura de la amplia avenida bordeada de hoteles y elegantes edificios (…)
La descripción demorada que apreciamos en estas novelitas (tanto la de interiores aristocráticos o altoburgueses como las de espacios urbanos de la gran ciudad) coadyuvarán a la definición de las protagonistas y de otros personajes relevantes, en tanto que no son sino metáforas de estos, bosquejando así los retratos principales también mediante el recurso de la descriptio.
Cabría mencionar la repetición de personajes que se observa en dos de estas novelas (Eva Curiosa y La aventurera de los sueños), hecho que no impide la autonomía absoluta de ambas obras. Es este un recurso de cierta habitualidad en las narraciones de quiosco de la época —destacan los casos de Antonio de Hoyos y Álvaro de Retama —, planteándose dichas reiteraciones a modo de sencillo engarce diegético entre relatos (continuum).
Joaquín María Cruz Quintás