JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Nosotr@s no te esperamos

Esta tarde, mientras buscaba por Google noticias relacionadas con la próxima visita del Papa a España, decidí pinchar un enlace que atrajo mi atención, con una mezcla de deformación profesional e incipiente malicia, en el que se podía leer “Nosotr@s no te esperamos”. Cuando accedí a la web pude percatarme de que las autoras de tal ablación ortográfica eran unas señoras feministas, visiblemente contrariadas por la visita que el  Pontífice hará a Barcelona y Compostela la semana próxima. Seguí buscando en otras direcciones y fui encontrando afirmaciones de distinto jaez, en las que se hablaba de “regreso al nacional-catolicismo”, de un “joven hitleriano como gerente de la Iglesia católica”, de “concentración de cristianos ultras”, de su oposición al “derecho de las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo” y otras consideraciones de una enjundia intelectual verdaderamente apabullante, de una profundidad analítica capaz de apocar al mismo Descartes y, por encima de todo, preñadas de un afán insaciable por alcanzar la verdad de las cosas.


El argumento más repetido estaba, sin embargo, centrado en la cuestión económica. A los sedicentes defensores de un Estado laico les enervaba los ánimos la sola mención del gasto que supondrá para las administraciones públicas la visita papal, teniendo en cuenta que España es un Estado aconfesional. Pero aquí se observa que, por encima de confesionalidades o aconfesionalidades, donde nos encontramos es en un Estado eminentemente analfabeto. Lo digo porque, en nuestra lengua, como es sabido, el prefijo griego a- viene a significar la negación del lexema que lo sigue, diferenciándose de  anti-, también de origen helénico, en que este último indica oposición expresa a algo o alguien. De modo que, lo que tales enemigos de la semántica –y por ende, de la Razón—persiguen no es otra meta que la instauración de un régimen contrario a la religión, a la que ellos pretenden suplantar por la ideología (ese batiburrillo de clichés) y el materialismo. Si el motivo medular de su protesta fuera el gasto público para un acontecimiento como este --que trasciende incluso los límites pastorales para alcanzar una dimensión social de amplio espectro-- se habrían magullado la cara al lamentarse por las subvenciones sin cuenta para las cabalgatas de quienes se muestran orgullosos por tener una u otra identidad sexual, para los conciertos de música que no son del gusto de todos los ciudadanos o para recibir a no sé qué equipo en su victorioso regreso a la ciudad, con tanta gente a la que no le gusta el fútbol.

En cualquier caso, bajo el trampantojo de una oposición al Papa y a su Iglesia como enemigos del Progreso, entendido como tótem conceptual o cajón de sastre de la nueva religión, se esconden otras negaciones de mayor o menor calado. A saber: 

1.- La negación de la Razón como vehículo para alcanzar la Verdad (Razón que, desde la perspectiva católica, es un sumando de la Fe), sustituida por un acopio de verdades superficiales o meramente adolescentes, eufónicas y en apariencia liberales, pero que sólo esconden propósitos fundamentalistas de exclusión social, como demuestran las actitudes mencionadas.

2.- El rechazo de la Reforma llevada a cabo a lo largo de la Transición, para postular unas normas de juego más sectarias o menos celosas de la vertebración nacional: En definitiva, el acometimiento de una segunda transición, por supuesto de cariz antimonárquico.

3.- Y en tercer lugar, habiendo visto la apariencia de quienes suelen protagonizar tales algaradas, una inexplicable enemistad con el champú, el gel de baño y el decoro estético que los hace adoptar actitudes de dudoso gusto y vestir atuendos estrafalarios o sencillamente horteras.

Y es que ya dijo Ratzinger que “si el hombre no vuelve a encontrar la Belleza no volverá a caminar erguido”. Más bien seguirá adoptando ademanes simiescos, como los tales.

Joaquín María Cruz Quintás 

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