La víctima de la fiesta, de Ignacio Zuloaga |
Una de las bondades que debería propiciar la maldad de esta ruina que atenaza a España es la del alumbramiento de una nueva (vieja) ética que regenere nuestra mentalidad, codiciosa hasta la fecha: Una crisis de la conciencia.
Los regeneracionistas de Joaquín Costa y los profesores de la Institución Libre de Enseñanza acaso fueran unos náufragos finales en su voluntad de inhumar los vicios de sus compatriotas no por la política, sino por la Educación. "España es una sombra y apariencia de nación", escribió el aragonés en las primeras décadas del siglo pasado, y hoy, como entonces, se hace imperativo educar para la voluntad, frente a la abulia; para la liberalidad y para la acción , frente al pasmo o la ataraxia. Voluntad racional alejada de sentimentalismos. Amputada de sensibilidades inocuas e inicuas, de populismo. De amoralidad.
¿Es España redimible? Lo será en tanto no se caiga en el trampantojo de asimiliar la enfermedad con sus síntomas o confundir la poda con el abono. Las enfermedades graves no tienen cura inmediata, pero nos arrojan la certeza de los pasos tuertos en el camino.
Redimir por la Educación. Pero, ¿quién educa en España? ¿Los padres? ¿Los maestros? ¿Los profesores? ¿Una televisión interesada en el negocio crematístico o en el rédito político? ¿Dónde se educa en España? ¿En los hogares? ¿En las escuelas? ¿En los institutos? ¿En los platós de colores y personajes chillones? ¿En las ficciones que reproducen en televisión los esquemas vitales de los acomodaticios y sus contravalores?
Redimir por la solidaridad, por la identidad. Pero, ¿qué es España? ¿Cuál es su verdadera personalidad, por cuya pérdida se lamentaba Picavea en las primeras décadas del siglo pasado? ¿Cuál el espíritu territorial del que hablaba Ganivet? ¿Cuál es nuestro proyecto común, si nos esclavizan las mentiras románticas de los nacionalismos y nos avergonzamos insolidariamente de lo que nos es mutuo y recíproco?
Redimir, finalmente, desde la modernidad europea. La misma que Zuloaga postulaba coloreando de pinceles la negrura cotidiana. España europea que Ortega anheló siempre con la amargura sombría del horizonte aplastándole la pluma sobre las cuartillas.
Hoy, sin embargo pero con esperanza, queremos pensar que esa redención -frustrada- es posible. Desde abajo, siempre.
Los regeneracionistas de Joaquín Costa y los profesores de la Institución Libre de Enseñanza acaso fueran unos náufragos finales en su voluntad de inhumar los vicios de sus compatriotas no por la política, sino por la Educación. "España es una sombra y apariencia de nación", escribió el aragonés en las primeras décadas del siglo pasado, y hoy, como entonces, se hace imperativo educar para la voluntad, frente a la abulia; para la liberalidad y para la acción , frente al pasmo o la ataraxia. Voluntad racional alejada de sentimentalismos. Amputada de sensibilidades inocuas e inicuas, de populismo. De amoralidad.
¿Es España redimible? Lo será en tanto no se caiga en el trampantojo de asimiliar la enfermedad con sus síntomas o confundir la poda con el abono. Las enfermedades graves no tienen cura inmediata, pero nos arrojan la certeza de los pasos tuertos en el camino.
Redimir por la Educación. Pero, ¿quién educa en España? ¿Los padres? ¿Los maestros? ¿Los profesores? ¿Una televisión interesada en el negocio crematístico o en el rédito político? ¿Dónde se educa en España? ¿En los hogares? ¿En las escuelas? ¿En los institutos? ¿En los platós de colores y personajes chillones? ¿En las ficciones que reproducen en televisión los esquemas vitales de los acomodaticios y sus contravalores?
Redimir por la solidaridad, por la identidad. Pero, ¿qué es España? ¿Cuál es su verdadera personalidad, por cuya pérdida se lamentaba Picavea en las primeras décadas del siglo pasado? ¿Cuál el espíritu territorial del que hablaba Ganivet? ¿Cuál es nuestro proyecto común, si nos esclavizan las mentiras románticas de los nacionalismos y nos avergonzamos insolidariamente de lo que nos es mutuo y recíproco?
Redimir, finalmente, desde la modernidad europea. La misma que Zuloaga postulaba coloreando de pinceles la negrura cotidiana. España europea que Ortega anheló siempre con la amargura sombría del horizonte aplastándole la pluma sobre las cuartillas.
Hoy, sin embargo pero con esperanza, queremos pensar que esa redención -frustrada- es posible. Desde abajo, siempre.
Joaquín María Cruz Quintás