JOAQUÍN MARÍA CRUZ QUINTÁS (Jaén, 1981) es licenciado en Filología Hispánica por la UJA. Doctorando en posesión del Diploma de estudios avanzados (DEA), otorgado por las Universidades de Jaén y Granada, dentro del Programa interuniversitario de doctorado El Veintisiete desde hoy en la literatura española e hispanoamericana (La Edad de Plata). Profesor de Lengua castellana y Literatura y Latín en el I.E.S. Ruradia (Rus, Jaén).

Plaza del Mercado (de las Palmeras)

Una luz rancia y bruna como de acuarela se esparce, difuminándola, sobre una fotografía de 1870. Contemplando su estampa destartalada -amplio el campillejo de caserones antiguos, arrogante la catedral, las sierras como telón de impar belleza- uno tiene la percepción certera de que de aquel poblachón casi manchego que fue Jaén pudieron permanecer herencias más abundantes.

De la primitiva plaza del Mercado perdura el palacio de los Vilches, porticado, del siglo XVI, y el primero de lo que pretendía ser un conjunto de edificios nobles de fábrica similar, que habría cercado esta enorme ágora jaenciana a modo de plaza mayor. Pero todo quedó en espuma y vapor de agua. Proyecciones hermosas de algunos prohombres de la tierra. Nada.

Esto no obstante, la plaza sí albergó una notable edificación nobiliaria, tal que fue la conocida por “Casa de las Cuatro Torres”, erigida delante de la actual calle del mismo nombre. Propiedad de los condes de Torralba, levantaba en sus esquinas cuatro airosas torres que la asimilaban a una suerte de palacio-fortaleza urbano, con tres patios, una fuente principal, jardín, ochos dormitorios, cuatro cámaras con sus torres. Pero la llegada del Progreso –tantas veces tan mal entendido, tantas veces profanado por sus ideólogos- puso fin a sus días en 1961. Consecuencias de la plutocracia. Analfabetismo práctico.

¿Qué demonios andurrearían por la cabeza al beato Fray Diego José de Cádiz para conseguir que, en 1780, el consistorio cerrara la casa de comedias? Aquellas funciones eran sementera de vicio y ofensas a la Providencia, ignominia de Dios y denuesto de buenas costumbres. El caso es que esta fue la génesis de su sentencia de muerte, no consumada hasta 1918. Y aquel patio es hoy un recuerdo –o acaso mera ilusión- de columnatas de piedra –abajo- y de madera –arriba- donde el Corregidor presenciaba, desde su Palco de la Señoría, las pecaminosas funciones para el beato.

Similar fue la suerte del cuartel de San Rafael y de la antigua alhóndiga, o del edificio de la Pescadería, monopolio comercial del concejo, desde donde los caballeros veinticuatros presenciaban las corridas de toros que se celebraban en la plaza. Otro tanto ocurrió con las casillas populares que eran mayoría en el recinto: a excepción de una, que aguanta imperturbable el paso de los años, abandonada en el centro neurálgico de la ciudad. Último vestigio de ese Jaén pueblerino y agroganadero cuya vista fue nublada por los falsos profetas, también ciegos, como aquel Barjesús que conoció Saulo.

Joaquín María Cruz Quintás

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